HÉROES ANÓNIMOS

Llueve a mares. Y acaba de caer una granizada. Hace frío y hace días que no vemos el cielo más allá de las nubes. El cielo se ha cabreado con nosotros, seguro, pero le vamos a dar razones para que vuelva a lucir el sol.

María, cajera de supermercado. Cada mañana se levanta con el miedo en el cuerpo para ir a trabajar. Tiene a su familia a buen recaudo y vive sola, aislada, en una habitación de su casa. Sabe que sin ella no podemos comprar lo más necesario.

Paco, administrativo. Trabaja en una empresa de distribución del sector alimentario. Aguantó hasta que pudo con su trabajo para que todo siguiera en marcha. Ahora lucha contra una neumonía en la habitación de un hospital.

Viki, limpiadora. Una mujer con el corazón como una casa. Hace su trabajo a domicilio y se preocupa de la casa de algunas personas mayores. Bueno, y no tan mayores. Y sigue en la brecha porque su trabajo es muy necesario.

Vicent, agricultor. No tardó ni un minuto en ofrecerse a los responsables de su ayuntamiento para poner su tractor y su motobomba al servicio de sus conciudadanos. Desinfecta las calles porque sí, porque sabe que es útil y sabe que los olvidados hombres y mujeres del campo nunca olvidan a los demás.

Francisco, policía municipal, trabaja en un pueblo pequeño y es la primera línea de defensa de sus 400 convecinos en esta guerra silenciosa. Al principio de protegía con un pañuelo y los guantes de limpiar. Ahora ya tiene mascarilla.

Oscar, administrador de fincas, un hombre creativo que ha puesto sus posibilidades al servicio de la fabricación de máscaras de protección para los sanitarios. “Makers” les llaman, y están llegando con sus escasísimos medios donde otros no llegan.

Julia, jubilada, una viuda que vive su confinamiento con mucho ánimo, con un poco de miedo, pero sabedora de que ese aislamiento es lo mejor para pararle los pies al bicho.

Manel, estudiante, un poco hipocondríaco y muy nervioso. Ya se pueden figurar cómo lo lleva, pero saca fuerzas de donde no las tiene y se encarga de hacer la compra para Julia, de la que cuida con todas sus fuerzas, aunque sólo habla con ella a través de la puerta de entrada del piso.

Juan, operario en una fábrica de automoción, ha visto como su trabajo ha salido por el aire. Su empresa ha presentado un ERTE y él se queda en casa con la incertidumbre de un futuro incierto. Sabe que de esta vamos a salir. No sabe cómo, pero lo sabe.

Antonio, bombero, desde hace días ayuda a mucha gente haciendo de todo en unos pueblecitos casi aislados de las sierras del interior. Su trabajo no tiene precio porque su presencia, además de llevar artículos de primera necesidad, lleva la seguridad que da a la gente el ver su uniforme. Y su perpetua sonrisa.

Manolo, cámara de televisión, que cuida de una madre de más de 90 años, ya se pueden figurar. Vive esto con terror, no por él, por su madre, pero sigue trabajando como el que más porque sabe que es necesario. Eso sí, se ha convertido en la conciencia higiénica de sus compañeros.

Vicente, periodista, presenta informativos en la radio. Hizo lo que pudo para protegerse, pero ha dado positivo y ahora guarda cuarentena. Recibe el cariño de sus amigos a los que tiene muy preocupados. Pero les da ánimos cada día.

Amalia, vigilante jurado, su trabajo es fundamental y sabe que corre muchos riesgos. Pero también sabe que es necesaria y que, sin ella, algo no iría bien en el juzgado donde presta servicio.

Jorge, funcionario de prisiones, vive esto con la incertidumbre de una inseguridad que ya es crónica. De puertas adentro de una cárcel esto se vive de una manera muy distinta al exterior. Si ya es dramático fuera, dentro ni les cuento.

Mati, óptica, sólo atiende las urgencias y su negocio está a punto de saltar por los aires. Pero ahí sigue, al pie del cañón a pesar de no tener casi medidas de protección. Sabe que la gente necesita ver.

Juanjo, militar, presta sus servicios en la UME y está en primera línea de este combate junto a sus compañeros, dándolo todo en un hospital de campaña. Como otros militares, policías y guardias civiles lo entrega todo a cambio de casi nada, con ese espíritu de sacrificio y esa vocación de servicio que llevan en su ADN.

Juanfran, redactor, dio positivo, hospitalizado y ya recuperado, como algunos de sus compañeros. Testimonio continuo del mensaje optimista de que, de esta, se sale.

Rosa, enfermera, hace días que casi no sale de su hospital. No tiene muchos medios adecuados, pero tienen toda la voluntad del mundo. Una voluntad de hierro que le lleva a ignorar que se pone en peligro a cada minuto.

Paco, médico, no les digo nada más. Estamos en sus manos porque es nuestro mejor aliado y necesita todo el apoyo del mundo. Se protege como puede. Pero no puede, aunque sigue trabajando.

Bea, auxiliar en una residencia de ancianos, cada mañana sabe que sin ella sus “viejitos” no van a poder salir adelante. Vive esto con un dolor sin límites y tiene la pegajosa sensación de que nadie reconoce su trabajo, pero sigue ahí mientras pueda.

Todos son héroes anónimos. Seguramente hay más, muchos más, pero yo me he cruzado con estos en las calles durante estos últimos días. Pueden ayudarme a completar la lista. Seguro que conocen a muchas personas que están ahí, como soldados, en primera línea de combate en esta guerra contra el bicho.

Ustedes que pueden, que deben, hagan su parte y quédense en casa. Llueve a mares. Y acaba de caer una granizada. Hace frío y hace días que no vemos el cielo más allá de las nubes. El cielo se ha cabreado con nosotros, seguro, pero ellos le dan razones para que vuelva a lucir el sol.

Ferran Garrido. periodista, poeta