Marinette Gascó Poy, In Memoriam

Marinette Gascó Poy falleció el 1 de noviembre de 2022. Me informó su hijo, Emilio Gascó García. Hoy ha sido la misa córpore insepulto en la iglesia de Santa María del Mar, de El Grao, donde fue bautizada. Allí le hemos dado nuestro último adiós.

No sabía de Marinette desde hace algunos años, y la última vez que saludé a Emilio, si la memoria no me falla, fue en el estreno de mi obra teatral Berlín, en 2019. Sin embargo, eso no quitó para que me sintiera altamente compungido, afectado.

Los recuerdos acudieron a modo de caballos salvajes, y me quedé varado una década atrás, cuando tan estrechamente colaboramos juntos, y compartimos conferencias, presentaciones, conciertos, comidas, cartas, libros… Marinette ya tenía sus años por aquel entonces, más de 85. Sin embargo, como le he dicho a su hijo Emilio, parecía eterna y a la vez eternamente joven.

Quizá era ya la última persona con vida que había tenido contacto con Vicente Blasco Ibáñez; de hecho, Marinette acostumbraba a contar que su primer cochecito de bebé –el landau, decía ella– había sido regalo de Blasco y de Elena Ortúzar. Y aunque velara la fecha de su nacimiento, tal anécdota resultaba determinante, pues el año de la muerte de Blasco (1928) nos daba un dato certero para saber lo mayor que era Marinette en su sempiterna frescura, en su cordialidad y cercanía, en su don de gentes, y de qué forma estuvo activa hasta una edad avanzadísima tras abandonar la docencia (fue profesora de lengua francesa, y entre sus alumnos cabe destacar a Adolfo Suárez cuando ya era presidente del Gobierno).

A partir de su jubilación, Marinette escribió (publicó un libro de memorias: Mis vivencias en tiempos de guerra), presidió la Asociación Blasco Ibáñez, estableció contacto con políticos y personas de las artes y la cultura, se implicó en la vida social de los Poblados Marítimos, participó en tertulias de radio, y, sobre todo, se esforzó por difundir la figura de su padre: el escritor y editor Emilio Gascó Contell (1898-1972), que fue uno de los biógrafos del autor de Cañas y barro, y a la par el más próximo, en una relación cuasi filial. No en vano, Marinette y su hijo donaron su archivo a la Casa Museo Blasco Ibáñez gracias a las gestiones de la escritora y filósofa Rosa María Rodríguez Magda, en aquel momento directora de la misma, y como única contraprestación solicitaron la recuperación de parte de la obra de su padre y abuelo, porque el total era ingente.

El de Emilio Gascó Contell es uno de tantos nombres sobre los que pasa el tiempo sin misericordia. Escribió una cantidad desmesurada de títulos: poesía, narrativa, ensayo, artículos de prensa…, y lo hizo en valenciano, su lengua materna, con textos ya publicados en El Cuento del Dumenche; en español, mayormente; y en francés, que destinó a la lírica.

Triunfó en la capital del mundo en los felices años veinte, y con posterioridad ocupó altos puestos en instituciones privadas y públicas relacionadas con los libros, no sin antes haber pasado dos guerras y un exilio… Era un nombre cuyo rescate resultaba necesario. Y, por suerte, siendo Mayrén Beneyto concejala de Cultura, aparecieron cuatro volúmenes: la Obra escogida (1947-1973), que recoge una joya de la literatura valenciana autobiográfica: París cuando yo era viejo; la reedición de su biografía Genio y figura de Vicente Blasco Ibáñez, agitador, aventurero y novelista; la edición a mi cuidado de las Cartas a Emilio Gascó Contell, es decir, la correspondencia que mantuvo Blasco Ibáñez con su joven amigo (23 cartas inéditas escritas entre 1925 y 1927, cuya lectura es de gran utilidad para conocer más íntimamente la labor novelística, el pensamiento político y la enfermedad de Blasco); y, por último, la biografía Emilio Gascó Contell. De su vida y de su obra, escrita en coautoría por su nieto Emilio y por Fernando Millán. Pocos escritores tienen la fortuna de disponer de una hija y de un nieto con tanto encomio por conservar vivo su nombre y su legado.

Más de una vez animé a Marinette a que escribiera una continuación de sus memorias de adolescencia y juventud. Quizá le tentó la idea, pero no se puso nunca a ella, según creo. Una lástima. Se ha ido debiéndonoslas, y habrá de bastarnos, ya para siempre, su recuerdo: el de una mujer independiente, segura de sí misma, de gran elegancia, risueña y cercana, que se nos ganó por completo. Descanse en paz.