¡Que viene la policía!

Josep Carles Laínez: ¡Que viene la policía!

Sí, así es… Sólo los viejos del lugar recordaremos ambas cosas: la canción “La policía” del chulapo catalán Loquillo, y el grito perpetrado al final de uno de los temas del directo que recogió el doble LP “¡A por ellos…! Que son pocos y cobardes”: “¡Que viene la policía…!”. ¡Qué tiempos! En aquellos años siempre quisimos ir a LA, un espigón en la playa era el Cadillac solitario, y estábamos convencidos de que para ser felices necesitábamos un camión. Loquillo cantaba aquellas letras, incluso la de besarla una vez más haciéndole lo que nunca volvería a hacerle nadie, saltábamos entre el punk y el rock a comienzos de aquella juvenilia…, y se apagaron las luces. En los 90 nos hicimos maduros de golpe. En el 2000 ya éramos viejos. Pero ésta es otra cuestión.

Visto con cuatro décadas de distancia, qué morriña de aquel tiempo, dejado aparte el caballo y sus víctimas, en que los quinquis, fuesen payos o gitanos, eran autóctonos, y las correrías, aunque los maderos repartiesen, se contemplan desde la tribuna de los cincuenta pasados con la nostalgia con que vemos una película de Charlot, de Buster Keaton, de Laurel y Hardy (doy para elegir) sometidos a hilarantes carreras por agentes del bien. Pero esas películas ya no existen. Y el mundo de los 80 tampoco. Ni el de los 90. Ni el de los 2000…

“¡Que viene la policía!”, gritarían Loquillo y sus adláteres. Y doy por hecho que llegaba de verdad. “Arrear te arreaban”, me confiesa el preso político más joven que hubo en España. ¿Y ahora? No sé ahora… Vas por la calle, lees noticias, observas, escuchas, preguntas… Y hay pasmo e indignación a partes iguales. ¿Porque la policía es como los antiguos grises? ¡No! ¡Por todo lo contrario! A veces me recuerdan las fuerzas y cuerpos de seguridad a esos grupos religiosos a los que se denomina “secta” por pura maldad (sé de qué hablo…), uno intenta ser captado, y pasan de ti, se la resbala… ¡Menuda secta que no acogota a sus devotos, ¿no?! ¡Pues menuda policía a la que le impiden salir a las calles como toro o cohete Miura en defensa de los ciudadanos (y las ciudadanas; por si me lee algún tiquismiquis)!

“¿Por qué no les multan?”, “Si les multasen…”, “Llaman a la policía, pero da igual”. Es ideal pensar con lógica, conviene siempre, sí… Sin embargo, para que alguien multe, ha de ver al perpetrador de la maldad, y para verlo la policía ha de estar. Si no está en la calle, la plaza o la avenida, difícil cumplir con el deber: ¿sancionar? No, no sancionar. O sí. Pero la responsabilidad primera es proteger al individuo que no delinque, y para ello siempre, indefectiblemente, ha de aplicar la ley. El anciano debe dar su paseo en calma; el niño, salir del patio sin alteración de sus padres; el tráfico, fluir; los coches, circular sin llevar la música puesta para quienes duermen; y el mundo entero, caminar en paz porque todos los usuarios del espacio público disponen de carnet y autorización para estar en el club.

El grito “¡Que viene la policía!” no sería ya, para rectos y diestros, un problema, sino el resonar de campanas en día de fiesta. Para ello, desde luego, se requieren tres cosas: un aumento por cuatro o por cinco del número de policías en las calles, un cambio de uniforme (como me va la música y la cultura “dark” propongo el color negro), y un endurecimiento de leyes y ordenanzas en lo que verdaderamente pone en peligro a los ciudadanos: la pérdida del espacio público (sobre todo aceras) como lugar por donde evolucionar sin sobresaltos.

Ya hay en la sociedad demasiado hartazgo de blandura, de tolerancia hacia la “racaille” (Sarkozy “dixit”), de conmiseración, de falsa convivencia, de callar, de tragar… Eso ha de acabarse. Sintetizando aquel poema desvergonzado y provocador de Allen Ginsberg, crece el número de quien pide, sin demora y “über alles”, más madera.