¿Qué España?

Si dos festividades tan cercanas como el 9 y el 12 de octubre se transforman meramente en días no laborables con posibilidad de puente, hemos tocado un cierto fondo como pueblo. Ni festejo, ni rabia: inanidad. Aunque fuera para oponerse a cuanto en ellas se conmemora, sería estimable un arranque de rechazo, una oposición expresa, pues implicaría que aún significan algo y mueven al debate. Además, cualquier gesto originaría reacciones en cadena de partidarios y opositores, con replanteamientos y tomas de postura que, molestas en principio, al final enriquecen.

Sin embargo, si el 9 de octubre se diluye en su significado y nos causa cierta esquizofrenia por cuanto muchos celebran la llegada de un rey que crea un reino ex novo, cuando la realidad es que entre el reino islámico y el cristiano no hay ruptura, sino continuidad, habida cuenta de que se produce una transferencia de poderes entre dos reyes de un reino ya existente, el 12 de octubre parece la fiesta vergonzosa que ha de ocultarse.

Tal vez se deba a que España ya no connota nada, sólo denota, y cada vez menos. España sigue significando algo para un cuarto de españoles; “algo”, digo, no “algo fuerte” por necesidad… Para muchos otros ciudadanos, España es un aburrimiento inacabable, incluso para tomársela a chacota, y, sobre todo, un topónimo, un himno y una bandera sobre los cuales se lleva operando un acoso y derribo desde el advenimiento de la democracia.

Se ha buscado, tras un proceso de “aculturación”, que “España” suene a Franco incluso a personas de 30 años. Esa transmutación es un fascinante recorrido de ir no se sabe muy bien adónde: parte de una izquierda que en la Guerra Civil llamaba a luchar contra el invasor de España (alemán, italiano o árabe), y se ha metamorfoseado en un colectivo para quien España es algo franquista que ha de ser derrotado a través de su reducción a lo irrelevante u optando por otros nacionalismos. Llevar una bandera española lo convierte a uno en cutre, casposo o facha. ¿Idea de lo español? ¿Idea de lo europeo? España en esto también ha sido un campo de pruebas para minarla. La leyenda negra habría de enseñarnos mucho a este respecto.

Nuestra idea de España es hoy difusa. Se es español porque de algún sitio se ha de ser, y a fin de cuentas aquí hemos nacido y vivimos. El famoso “este país” sustituyó a “España” con Felipe González. Y no obstante incluso la normalidad de hablar de España se produce entre personas –no “españolistas” ni de lengua materna castellana– cuando se alude al territorio común. La cuestión es si una referencia geográfica, descargada de valor, puede mover, remover o conmover. ¿Qué es Francia para un francés en un momento de disgregación interior y caos de sociedades? ¿Y Alemania para un alemán? ¿Qué es Inglaterra para un inglés o Escocia para un escocés cuando allí gobierna ya quien gobierna…? ¿Es el urdu una lengua escocesa? En España aún no hemos llegado a tal extremo, pero llevamos camino.

¿Y qué es España para un joven de Cataluña, el País Vasco, Valencia, Andalucía…? Sin duda no un nombre que unifica desde la tradición histórica, sino una losa que les ruboriza, pues, como apuntaba, la vinculan, tras el paso por las aulas y la labor de los medios de comunicación, con el franquismo, la imposición del castellano, el flamenco y los toros; asimismo con la llegada a América y la conquista y colonización de aquellas tierras. Por tanto, España es todo aquello que les avergüenza. Mala cosecha saldrá de tales simientes. Como afirmó Alberto Ruiz-Gallardón en una excelente conferencia que pronunció en Madrid hace ya dos décadas, “el éxito de los nacionalismos periféricos se debe también a nuestro fracaso a la hora de transmitir una idea de España que motive e ilusione”.

Nacionalista europeo convencido quien esto escribe (sentimiento opuesto a ese engendro destructor llamado Unión Europea), y valencianista desde la adolescencia, ello no implica renunciar a España, a reflexionar sobre aquellos logros que realizaron mis antepasados, sobre el arrojo y la determinación de un puñado de hombres que surcaron miles de millas rumbo a lo ignoto, sobre nuestro legado histórico y cultural tan brillante, sobre las razones de nuestra decadencia, sobre las mentiras que se vierten respecto a nosotros, sobre luchar por un modelo de España no secuestrado por algunos rancios amadores de una forma de ser monolítica. Y, por supuesto, ese sentimiento me lleva a escribir en todas sus lenguas.

Así que, en este Día de la Hispanidad, escuchen alguna obra de Juan Crisóstomo de Arriaga, Felip Pedrell o Conrado del Campo; reciten algún poema de José de Espronceda, Rosalía de Castro o Salvador Espriu; lean los diarios de Cristóbal Colón, los ensayos de Benito Jerónimo Feijoo, o cualquier libro de Camilo José Cela; pasen sus ojos por la obra de Francisco de Goya, Joaquín Sorolla o Juan de Ávalos; analicen cualquier estudio de Eugeni d’Ors, Pedro Laín Entralgo o Gregorio Marañón; rescaten algún artículo de Mariano José de Larra, César González-Ruano o Francisco Umbral; reaviven la prosa de Pedro de Axular, Vicente Blasco Ibáñez o Álvaro Cunqueiro; vuelvan a la filosofía de Juan Luis Vives, Vicente Gaos o José Ortega y Gasset; y visionen, ya al caer la tarde, alguna película de José Antonio Nieves Conde, Luis García Berlanga o Fernando Arrabal.

Ese aire de familia, esa sensación de estar en casa hayan pasado los siglos o las edades, ese saber que estamos entre semejantes, ese vínculo con ellos, esa comodidad y esa incomodidad, esa experiencia común de un pasado que nos liga más allá de ideas y de épocas, esa unidad en un destino de satisfacción y hermandad, que pudo torcerse pero quién sabe si puede enderezarse… eso, todo eso, y mucho más que eso, es lo que celebramos hoy. Feliz día.

Josep Carles Laínez