¿Otra vez gato por liebre?

Josep Carles Laínez: ¿Otra vez gato por liebre?

La izquierda gobierna y lo que no es izquierda gestiona. Pasa así en España, en el territorio valenciano y en la ciudad de Valencia. Y no opongo dos formas de enfrentarse al cuidado de la “res publica” estatal, autonómica y municipal… ¡Ojalá! Por desgracia estoy distinguiendo entre el hecho de gobernar, tomando decisiones valientes, arriesgadas, ideológicas, acordes a un programa y que satisfacen a los votantes de esas formaciones; y la paradoja, cuando llega la alternancia, de que el partido que no es de izquierda prosigue esas mismas políticas, si bien con rostros distintos, mirando a otra parte, como si no fuera con ellos. Y no siempre fue así…

La ciudad de Valencia ha sufrido una degradación durante los últimos años que ha supuesto un antes y un después para cualquier persona con objetividad, no para los palmeros de la sonrisita.

Frente a la Valencia de entresiglos (XX y XXI), feliz y deseosa de tomar el mundo por asalto y hacerse un hueco entre las grandes urbes de Europa (el programa Tercer Milenio-Unesco, la America’s Cup, la Fórmula 1, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el vuelo directo a Nueva York…) nos hallamos con los despojos de hoy.

¿Qué los marca? Una turistificación absoluta, intolerable para el autóctono y fatal para el comercio tradicional; ello comporta un grado altísimo de gentrificación: no se puede residir en determinadas zonas porque todo se ha llevado a cabo en beneficio único del turista; peatonalizaciones absurdas y de estética cochambrosa cuyo único provecho redunda en la hostelería, como si las hubiesen pagado ellos; una exaltación enfermiza de la bicicleta, como si sus montadores fuesen los únicos ciudadanos dignos de la ciudad que no pisan; ausencia de policías locales patrullando, y bien pertrechados, por todos los barrios a todas horas, y que encima desaparecen en verano; una escalada continua de violencia callejera con un “laisser faire” por parte de todas las autoridades que raya en la connivencia; proyectos incesantes de inhabitabilidad, como acabar con los túneles que aligeran el tráfico, para poder respirar mejor (alguna se creería Caperucita); pijismo rasta que olvida al trabajador y a la familia, los cuales han de desplazarse por fuerza en vehículo porque nadie dispone de la fábrica en su manzana, y al volver a sus casas se encuentran que, como en un chiste, un catalán y un italiano decidieron quitarle plazas donde aparcar, y han de prolongar su jornada buscando sito. Y no me extiendo más, pues el memorial de agravios me torna insaciable.

Tal es el resultado de años de aniquilación de una ciudad antaño amable y rápida. Ante eso, la esperanza en los afectados siempre se proyectaba en “los otros”: “Los otros, los otros…”, “ya verás cuando lleguen los otros”, “que ganen los otros y solucionen esto”.

Sin embargo, ganan los otros, y los votantes, que no escarmientan ni aunque les metan la cabeza bajo el agua, asumen la magnitud de su desgracia: “La ‘gilipollá’ més gran que ha parit mare” comenta una usuaria a Valencia por la A-7 refiriéndose al carril BUS-VAO, y así es: décadas y décadas soñando con una autovía con tres carriles, y, cuando está hecha, los salvadores de la naturaleza deciden que no, que sólo de dos. ¿Ya hay fecha para abrir ese carril a todos los vehículos? Silencio.

“¿Los coches van a seguir sin poder pasar por la plaza del Ayuntamiento?” pregunta un vecino a otro cuando bajo a tirar la basura; no he de responder yo, pero ya se lo avanzo: ¡No pasarán! “¡Van a quitar el túnel de Pérez Galdos!”, exclama una amiga que sale hacia el Parque Tecnológico (y vuelve) todos los días: ya, es que, si no lo quitan, perderán la subvención de la Unión Europea… “¡Pues que la pierdan!”.

Y ahí es donde ha dado en el clavo. El idealista perdería esa subvención, no tendría duda alguna, aunque llevara al colapso a la ciudad, destruyera la convivencia (patinetes y bicicletas por las aceras; seres de luz amedrentando, robando y violando…), y convirtiese cada barrio en un lugar insoportable. No obstante, quien ha de gestionar lo que han hecho los “buenos” actúa con cautela, midiendo los tiempos y las acciones, gestionando lo que le han dejado, trabajando para todos, pero en especial para quienes no le han votado, a ver si van a molestarse… Es la historia de siempre. No sé por qué nos sorprendemos.

¿Lo bueno? Lo bueno es no perder la esperanza de que van a cambiar, de que no van a decepcionar a sus votantes, de que el mal menor puede transformarse en el bien mayor, como aquella Valencia de 2000 liderada por otra mujer. Por consiguiente, y a fin de contestar al título de mi artículo, esperemos que a la postre sea liebre. Al menos tienen cerca a quienes defienden la caza. A ver si éstos los espabilan y se espabilan: se juegan mucho más que ellos.

Josep Carles Laínez