Luisa C. Perosán: “Valencia, la cueva de Batman”

Circular de noche por Valencia ciudad es un deporte de riesgo porque la ciudad está a oscuras. Tenemos unas farolas muy chuli, vintage, tan vintage que da la impresión de que funcionan con aceite de ballena. Claro está que no, porque el anterior gobierno, que se dedicó a ponernos estos trastos, decía ser muy ecologista, y eso de cazar mamíferos marinos para fabricar aceite está muy feo.

Una persona con astigmatismo, por ejemplo, lo tiene bastante mal para conducir por la ciudad al anochecer, porque no se ve un carajo. Las luces verdes de los semáforos deslumbran una barbaridad, en contraste con la escasa luz de estas farolas. Además, hay que ir con mil ojos para no atropellar ciclistas o gente en patinete.

El lío con la caótica disposición de los carriles bici lo complica todo aún más.

Eso sí, siempre hay quien sale ganando con estas ocurrencias. Los delincuentes, atracadores, violadores y demás ralea que se mueve en la oscuridad, deben de estar contentísimos. Las cámaras de vigilancia habrían de funcionar con infrarrojos para poder grabarlos.

A la oscuridad de la ciudad hay que sumar la oscuridad de la V-30 y el resto de la circunvalación. Entrar o salir de Valencia por estas vías de noche es peligroso. Llama la atención ver vías y caminos secundarios, transitados sólo por alguna rata o gato despistado, con unas farolas de ésas de las de antes, mientras que las principales entradas de Valencia están completamente a oscuras. ¿En qué cabeza cabe?, ¿en qué podrían estar pensando?, ¿en ahorrar?, ¿para qué? No sé si supone un ahorro colocar esas farolas, lo que seguro que ahorra algo (aunque sea el chocolate del loro) son las bombillas, que deben ser de juguete.

Es deprimente, da pena ver Valencia así.

De día es un laberinto, de noche la cueva de Batman (hasta tenemos el murciélago), y hay que añadir que el poco espacio disponible para aparcar ha sido reducido drásticamente, sin ton ni son. Zona azul, verde y naranja. Aceras ensanchadas desproporcionadamente, bolardos, varias plazas reservadas para minusválidos a veces donde no vive nadie con esta necesidad. Todo muy pintadito y limitado, bien ordenado para que te ubiques bien. Aparcamiento para motocicletas (muchas veces vacío), zonas peatonales porque sí (L’Oreal, porque yo lo valgo).

Mucho trabajo para tan penoso resultado. Deberían haberse dedicado a solucionar problemas en vez de crearlos.

Las ratas saltan de árbol en árbol como los “alegres hombres” de Robin Hood, las cucarachas deben de estar organizándose y no me extrañaría que formaran un partido político, ya que, por número de votos, arrasarían. Los contenedores, que por abundantes son otro problema, están rodeados de muebles viejos y todo tipo de escombros, se ve que el horario de los ecoparques no es compatible con esa parte de la ciudadanía que se dedica profesionalmente a vaciar pisos viejos y vender lo que sea útil, desechando lo demás. Tenemos contenedores para todo, importe o no, tenemos contenedores hasta para el aceite usado. Ese aceite que pagas a precio de oro, y, una vez usado, lo regalas a una empresa. Eso es civismo, ¡sí señor!

La pregunta “¿en qué estaban pensando?” no es correcta; la pregunta debería ser: ¿han pensado alguna vez?

Tengamos en cuenta que, si uno no se ha bajado de un coche oficial desde hace décadas, lo de aparcar no supone un problema. Tengamos en cuenta que, si para ellos (las lumbreras del anterior gobierno) es factible ir en bici al trabajo, ni se les ha pasado por la cabeza que un vecino de Malilla que trabaja en Algemesí ni de coña puede hacerlo en bici, menos aún en patinete.

No han pensado tampoco en las embarazadas que viven y vuelven con la compra a Matías Perelló, y que gracias a su carril bus, deben acarrear peso hasta llegar a su casa, porque no pueden dejar el coche cerca. Ni se les ha pasado por la cabeza que en la calle Colón puedan vivir personas octogenarias, con movilidad reducida, que, a lo mejor, necesitan que vayan a buscarlas en coche. Claro, desde una bonita urbanización a las afueras, la calle Colón y Valencia entera se ven muy lejos.

Cada vez se ven menos negocios a pie de calle, ni siquiera en el centro.

Esto es normal, los negocios se abastecen y el abastecimiento (¡oh! ¡Sorpresa!) todavía no se hace mediante el Hyperloop. Los negocios, el trabajo de las personas, incluso su salud y calidad de vida, dependen del coche en muchísimos casos. Dejar Valencia a oscuras y hacerle la vida imposible a un ciudadano por tener un coche, es indecente, y no hay excusa que valga. A los pingüinos de la Antártida difícilmente les va a afectar el coche de un vecino de Patraix. Espero, de corazón, que se ponga remedio. Espero, de corazón, que se pongan a pensar y a trabajar, que por eso cobran. Ganar las elecciones no es ganar la lotería.