A. Armijos “Soy católico y súbdito del Rey”

A. Armijos “Soy católico y súbdito del Rey”

En una clase de filosofía latinoamericana, surgió una pregunta ¿qué éramos antes de ser ecuatorianos, peruanos, chilenos, colombianos, etc? El profesor lo que supo contestar fue: fuimos colonias, nos liberaron y ahora somos independientes. Esta es la respuesta más errada y simplista que puede tener un profesor que se precie de buscar la verdad, entonces ¿qué éramos y cómo funcionamos como unidad?

Soy católico y súbdito del Rey

Con esta afirmación muchos pueblos del mundo que fueron incorporados a la monarquía católica se identificaban, todos ellos tenían como unidad a través de la religión, <Santa Madre Iglesia Católica> y la figura el Rey. Eso es el mundo hispano Católico, su unidad trascendía a las teorías políticas modernas, porque su fuerza y pertenencia estaba en la unidad religiosa, en la figura del Rey y en su colaboración entre Reinos, no entre países, sino Reinos.

Un mercado común.

En la obra de Augusto Zamora, Malditos libertadores, nos da luces de cómo funcionamos los hispanos del mundo antes de la fragmentación acaecida en el siglo XIX.  Como reinos o provincias españolas en ambos océanos, se había creado un mercado común, como lo menciona Manuel Lucena llama <mercado común indiano>, la mayoría del comercio se realizó por el mar. La fortuna y prosperidad de unas regiones dependía en gran medida del intercambio con las otras.

El cacao venezolano fluía a México, que pagaba con monedas de plata y harina, de lo que carecía Venezuela. De Charcas salía trigo, aceites y paños de Cuzco y Quito, y salazones de pescado a los virreinatos de la Plata y Nueva Granada. De Nicaragua salía tabaco y añil a México y tabaco, miel, sebo y brea a Portobelo. Del Callao enviaban vino, azúcar y trigo a Guatemala y México.

  • La unidad se extendía a la solidaridad entre reinos, incluso adelantándose a la unión europea.

Los fondos situados o de cohesión, como explica Lucena, consistían en unos envíos, más o menos periódicos, de dinero desde las regiones más ricas de Hispanoamérica hacia las más pobres, sobre la construcción teórica de que Hispanoamérica era una estructura unitaria en la cual los reinos más prósperos debían ayudar a los pobres, pues estos tenían unas funciones muy específicas en la defensa del conjunto, por lo que debían recibir una compensación económica.

Lima desde el siglo XVI, sufragaba los gastos de Chile en la guerra contra los araucanos, de la misma forma que financiaba la plaza de Cartagena de Indias. México y Lima, las capitales más ricas, salían decenas de ducados para las zonas más pobres. México tenía a su cargo la defensa del Caribe. La caja de Lima cubría los gastos de fortificación de Suramérica.

La identidad, a través de la figura del Rey frente al enemigo.

En la España Americana había un encuentro de criollos, mestizos, mulatos, zambos, indígenas, negros y europeos de la más variada procedencia.

En el siglo XVIII se había consolidado un fuerte sentimiento de identidad y pertenencia a un corpus político propio y singular, una patria grande, que llevaba a las autoridades y habitantes de aquellos extendidos dominios a defender sus territorios y la Corona con un ardor y un empeño envidiables.

  • Los territorios españoles se defendían unos a otros, comerciaban y se movían dentro de un espacio común que se aceptaba como tal.

El aporte que llegaba de España era variable, según la magnitud del conflicto, pero las provincias, por lo general, se defendían con lo que tenían y les llegaba de otras provincias, sobre todo en el Caribe.

Dicho de otra manera, España nunca necesitó de ejércitos de ocupación, del estilo del ejército cipayo inglés en la India, sino que cada provincia, capitanía general y virreinato poseía sus propias milicias, que formaban parte de un cuerpo general armado para la defensa de las Indias españolas.

Entre 1741 y 1807, Inglaterra realizó esfuerzos denodados por apoderarse de plazas y sitios estratégicos en América, para quebrantar a las Españas como gran potencia continental y mundial. Se inició la campaña con el intento inglés de tomar Cartagena de Indias, dando lugar a la primera de una serie de encarnizados combates entre españoles y británicos en plazas españolas en el continente americano.

  • La invasión e intento de ocupar Cartagena fue la mayor derrota sufrida a lo largo de su historia por la flota imperial británica.

Para el ataque, Inglaterra juntó a la flota más grande jamás vista por el mundo -186 buques-, solo superada siglos después por la que desembarcó en Normandía.

Los defensores de Cartagena eran apenas unos 3600 hombres, frente a los 27.000 soldados británicos. Pese a ello, la invasión fue derrotada tras encarnizados combates, y los ingleses sufrieron tales pérdidas que tuvieron que incendiar varios barcos por falta de tripulación.

La anécdota la dejó el presuntuoso jefe de la flota británica, el almirante Vernon, quien, antes de cazado el oso, había enviado a Londres una carta dando cuenta de su victoria. El rey Jorge II, al recibir la carta, ordenó acuñar monedas en las que aparecía el jefe español de Cartagenas, Blas de Lezo, de rodillas ante un triunfante Vernon. Cuando en Londres se supo la verdad, Jorge II ordenó retirar las monedas y borrar de la historia inglesa la humillante derrota de Cartagena de Indias, una de las mayores de la historia británica.

Rafaela Herrera

Entre 1762 y 1780, los ingleses intentan apoderarse del Río San Juan (un viejo sueño acariciado desde los tiempos de Cromwell), en la provincia de Nicaragua, viéndose en ambos casos frustrados sus intentos.

En la primera, de 1762, son derrotados por una jovencita de 19 años, de nombre Rafaela Herrera, que había quedado al mando de la fortaleza de la Inmaculada por la muerte de su padre, jefe de la misma.

  • Atemorizados por la flota inglesa y privados de peninsular (capitán), muchos de los defensores hablaron de rendirse.

Cuenta la historia que, en aquella coyuntura, la jovencita Herrera exclamó: «Los cobardes que se vayan y los valientes que se queden a morir conmigo ». Ante tal arrojo, la tropa se aprestó a la defensa, disparando ella el primer cañón, «con tan feliz acierto –cuenta el historiador José Dolores Gámez- que del tercero logró matar al comandante inglés y echar a pique una balandrita».

Por la noche, hizo empapar lonas de combustible y echarlas al río, hacia las naves inglesas, que levaron anclas, asustadas por lo que creyeron fuego griego. Dos días después levaban anclas, derrotados.

Los defensores de la fortaleza celebraron la victoria al grito de «Viva Carlos III», no «Viva Nicaragua», entidad política que entonces no existía, salvo bajo la forma de provincia integrada den la Capitanía General de Guatemala, que era parte de la Corona española.

Finalmente, es misión de todo el que habla español investigar y dar a conocer la verdad de lo que éramos y de lo que han querido convertirnos, en base a relatos falsificados que no nos permiten leer correctamente nuestra realidad.