Volverán fanzines victoriosos

Volverán fanzines victoriosos

Lo digital se vivía con esperanza cuando nació: posibilidades de contactos, de establecer redes de comunicación, de crear una suerte de tarjeta de visita accesible urbi et orbi… Durante los primeros años de Internet –al menos en España–, la imagen de la N de Net sobre un globo terráqueo bajo una lluvia de estrellas me sugería tener el mundo a mis pies. Con todo, tales beneficios eran una trampa china, aunque, con una red todavía en paños menores, la vida seguía siendo la de la materia, y para quedar con alguien habías de localizarlo en su casa (los teléfonos fijos aún servían para algo…). En lo que respecta a la compra de discos, te guiabas por los gustos de tus amistades, alimentando tu intuición, leyendo críticas en revistas especializadas (en papel, desde luego) y, para qué negarlo, incluso por alguna cantante que te atraía, y de la cual habías visto, en el mejor de los casos, una sola foto.

Sin embargo, hay un punto de inflexión casi irreversible cuando lo digital sustituye a lo analógico, es decir, al mundo real. Sin pretenderlo ni imaginarlo, hemos firmado nuestra orden de confinamiento perpetuo, pues la red y sus prestaciones no son patrimonio público: estamos en casa ajena, en coto privado, no lo olvidemos, y, por tanto, no se aplicarán nuestras normas ni nuestra concepción de libertad, sino las de ellos, y sólo podrás disfrutar de tales si sigues los dictados de los amos de las redes, y de los amos de los amos de las redes, en ese oligopolio que deja a los Estados y a los poderes públicos como títeres y botarates. En caso contrario, actuarán de manera inflexible e implacable, y desaparecerás de la noche a la mañana del mundo virtual, que, por desgracia, para cada vez más personas, es el único existente. La represión del “heterodoxo” tiene este recorrido: señalamiento, borrado, cancelación. Proceso, además, llevado a cabo por seres sin el valor suficiente para dar la cara.

Un reciente caso de cancelación, de este mes de marzo de 2023, nos cae muy cerca: una discográfica y productora cultural valenciana, GH Records, se ha encontrado, de la noche a la mañana, con su cuenta borrada de plataformas ya imprescindibles, por desgracia, en el mundo de la música: Bandcamp y Discogs: bases de datos, escaparates y también espacios de venta. Actuar en libertad, como si las redes fueran un folio en blanco, no es posible; o, dicho de modo más claro: no hay libertad. Ya le ocurrió a GH Records hace un tiempo con su cuenta de Facebook porque en una foto en la que aparecía la portada de un disco se vislumbraba a una mujer con los senos al descubierto (y para colmo en blanco y negro).

Ahora, empero, parece esconderse la cuestión rusa tras la cancelación. ¿Por qué en concreto? ¿Por apoyar a Rusia? ¿Por poner una bandera rusa en su logo? ¿Por hacer un homenaje a Vladimir Putin? No. Sencillamente porque los músicos del último disco que ha editado pertenecen al grupo político de Aleksander Duguin, el filósofo y geopolitólogo ruso cuya hija, Daria Duguina, fue asesinada el 20 de agosto de 2022 en un atentado que iba dirigido, lo más posible, contra su padre.

No obstante, el pretexto de la cancelación ha de resultarnos indiferente, pues lo sangrante es el mero hecho: tu trabajo de años, tus datos, tu lista de clientes e interesados, tu misma fuente de ingresos… son eliminados sin explicaciones ni escrúpulo alguno por parte de quienes ejecutan la fechoría.

Esta “política de la cancelación”, bautizada así en neolengua, pues es simple censura, nos lleva a pensar que pueden volver aquellos tiempos de fanzines (en papel, desde luego), repartidos por correo o buzoneados, con redes de activistas en distintas ciudades, que como en tiempos antiguos pasaban de contrabando obras prohibidas por los poderosos. Eso, está claro, mientras existan imprentas o no se nos impida el acceso al papel.

Es necesario buscar ya espacios alternativos de acción y de encuentro. Y si los Estados fueran verdaderamente soberanos y amantes de las libertades, ya deberían estar trabajando por acabar con oligarquías que imponen sus pacatos y miserables criterios al conjunto de una población cada vez más lela.

Per Josep Carles Laínez