Alexandre del Valle: “El conflicto de Nagorno-Karabaj: referencias geohistóricas de la tragedia actual”

El actual conflicto en Nagorno-Karabaj afecta a los europeos en primer plano, pues el país que en última instancia empujó a la guerra, Turquía, miembro de la OTAN y candidato a la adhesión a la UE, está asimismo al borde de la guerra con dos países miembros de la Unión: Chipre y Grecia, así como con países árabes que comparten intereses geoenergéticos con Grecia, Chipre o Francia.

El conflicto de Nagorno-Karabaj confirma, al igual que el de Ucrania, el fracaso del multilateralismo, es decir, que la globalización, más peligrosa y compleja de lo que creemos, no ha eliminado ni los motivos de los conflictos, ni las identidades nacionales y civilizacionales.

El enfrentamiento armado entre Azerbaiyán y los armenios de Nagorno-Karabaj que se produjo del 27 de septiembre al 10 de noviembre de 2020, y que desde ese momento continuó con choques cada vez más directos entre Armenia y Azerbaiyán, fue sólo el enésimo episodio de un violento antagonismo geopolítico que se remonta a los años 1988-1991: la Armenia cristiana exsoviética no sólo carece de salida al mar, sino que se halla en medio de una pinza entre turcos musulmanes suníes al oeste y azeríes musulmanes chiítas al este (también turcófonos), y sólo tiene buenas relaciones con los rusos y, en menor medida, con los vecinos persas, quienes a su vez compiten con los turcos y los rusos, y desconfían del irredentismo azerí en el norte de Irán… ¡Bienvenidos al Cáucaso!

  • En cuanto desapareció la Unión Soviética, estalló un conflicto abierto entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno-Karabaj (o el Alto Karabaj), que los armenios llaman Artsaj.

No obstante, tan sólo era la continuación, si bien dramática, de las relaciones singularmente tensas, durante generaciones, entre estas dos naciones que acababan de obtener su independencia. Tales tensiones, que cabe retrotraer a los inicios del siglo XVII, se vieron reforzadas a partir de la guerra ruso-persa de 1804-1813, en la que Transcaucasia quedó bajo control ruso, con dolorosas consecuencias regionales, como los desplazamientos forzosos de armenios desde Turquía e Irán hacia el Cáucaso.

Estas relaciones se pusieron de manifiesto, en el ocaso de la Unión Soviética, por una guerra secreta y estrictamente localizada. Este conflicto, por parte de los armenios de la región apoyados por Ereván, permitió que en su momento se hablara de una “lucha de liberación nacional” y no de una guerra entre Azerbaiyán y Armenia.

Dos principios de legitimidad se oponían entre sí:

Recordemos que Nagorno-Karabaj, históricamente armenia desde hace dos milenios (y poblada por un 80 % de armenios en vísperas del conflicto), la regaló Stalin en 1921 al vecino Azerbaiyán, en el marco de la política soviética de divide et impera, pero también para ganarse el apoyo de la potencia kemalista en Turquía, entonces en guerra contra los aliados franco-británicos. Entre 1988 y 1990, ante el debilitamiento de la URSS, y como tantas otras repúblicas exsoviéticas, los armenios de Nagorno-Karabaj invocaron el derecho a la autodeterminación, al igual que Azerbaiyán, frente a la URSS.

Pero los azeríes, apelando a los acuerdos de Helsinki y al principio de intangibilidad de las fronteras existentes, replicaron que Nagorno-Karabaj era parte integrante de su territorio desde 1921, y que Azerbaiyán, habiéndose independizado y siendo reconocido por toda la comunidad internacional con las fronteras de 1921, no podía aceptar la secesión de los armenios de Karabaj, y menos aún su incorporación a Armenia.

  • Como resultado, la región autónoma se proclamó independiente el 2 de septiembre de 1988, no de Azerbaiyán, sino del poder central soviético.

En 1988 y 1990, estallaron pogromos antiarmenios en la ciudad de Sumgait, luego en Bakú y Kirovabad, en Azerbaiyán, que causaron cientos de víctimas y provocaron importantes movimientos de población entre Azerbaiyán y Armenia.

En septiembre de 1991, la Asamblea Nacional de Nagorno-Karabaj reiteró su declaración de independencia, ratificada en referéndum el 10 de diciembre con una abrumadora mayoría de “sí”, pero nunca fue reconocida por ningún Estado…, ni siquiera por las Naciones Unidas u otras organizaciones internacionales que no deseaban comprometer sus relaciones con Azerbaiyán, rico en petróleo y mucho más próspero que la pequeña Armenia sin salida al mar y bajo embargo turco-azerí… Para restablecer su control sobre Nagorno-Karabaj, las autoridades azeríes enviaron tropas.

  • Entre 1990 y 1992 se produjo en esta región una auténtica catástrofe humanitaria a consecuencia del bloqueo impuesto por Azerbaiyán.

Los armenios de Nagorno-Karabaj, apoyados por la vecina Armenia, hicieron retroceder a los azeríes llegados para restablecer su soberanía. Los enfrentamientos de esta guerra de liberación, calificada de “separatista” por Bakú, causaron numerosas víctimas.

La mediación internacional de varios grupos, como la OSCE, fracasó en la búsqueda de una solución al conflicto que satisficiera los intereses de ambas partes. A principios de 1993, las fuerzas armenias, con ventaja militar, entraron en territorio azerbaiyano y ocuparon una zona descrita como “perímetro de seguridad” alrededor de Nagorno-Karabaj, es decir, 8.000 km2 de territorio azerbaiyano.

Al final de un conflicto con un terrible saldo de víctimas (más de 40.000 muertos, un millón de refugiados azeríes, 400.000 armenios que huyeron de Azerbaiyán, masacres horrendas como la de Jóyali…), el 20 % del territorio azerí estaba controlado por las fuerzas locales armenias: Nagorno -Karabaj y 7 distritos vecinos, los de Fuzuli, Agdam, Djebrail, Goubadly, Lachine, Kelbadjar y Zangelan.

Al igual que Israel en sus diversas guerras con los países árabes entre 1948 y 1973, los armenios de la región autónoma aprovecharon su ventaja militar no sólo para recuperar su provincia armenia en el territorio oficialmente azerí de Karabaj, sino también para apoderarse de los territorios de Nagorno-Karabaj en la zona sur, poblado por azeríes, con el objetivo de proporcionarse un territorio colchón entre ellos y su vecino, enemigo además.

Ésta será, casi treinta años después, la fuente del revanchismo de los líderes azerbaiyanos y de sus aliados turcos, decididos a borrar esta afrenta:

A lo largo de la década de los 90 del siglo XX, y más claramente aún entre 2010 y 2018, con un apoyo político y militar creciente por parte de Turquía, Bakú se preparó para la revancha, comprando armas a todos los países capaces de proporcionárselas: la misma Turquía, Israel, Italia, Gran Bretaña, Alemania, Francia… e incluso Rusia, oficialmente protectora de los armenios. En realidad, deseosa de vender sus armas a cualquier comprador y de mantener el equilibrio en el Cáucaso y en una zona turcófona del Caspio extremadamente estratégica y rica en hidrocarburos, Moscú pretendía seguir presente en la zona satisfaciendo a ambos bandos.

El papel de la comunidad internacional

Desde mediados de 1992, la comunidad internacional intentó poner fin a la guerra a través de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE). El 24 de marzo de 1992, la CSCE formalizó la creación de un “Grupo de Contacto para Nagorno-Karabaj”, que poco tardó en llamarse “Grupo de Minsk”. Éste incluyó a once participantes, entre ellos Francia y Estados Unidos, a los que se unió en 1994 la Rusia de Boris Yeltsin.

  • Esta triple presidencia de Francia, Estados Unidos y Rusia es, de hecho, el único foro multilateral en el que diplomáticos rusos, estadounidenses y franceses han trabajado juntos.

Antes de incorporarse Rusia al grupo, se sugirió, en abril de 1992, que se estableciera una fuerza de mantenimiento de la paz “OTAN/CEI” para verificar la sostenibilidad del alto el fuego y proteger los convoyes humanitarios. Pero Moscú se opondrá a esa iniciativa, rechazando el despliegue de un contingente que incluyese fuerzas de la OTAN. Y con razón, pues el motivo principal del continuo antagonismo entre Occidente y la Rusia postsoviética es precisamente la penetración de los dispositivos atlantistas y occidentales en una zona “reservada” que Moscú llama su “exterior cercano” (el Cáucaso, Ucrania-Crimea, Bielorrusia, Georgia, repúblicas turcófonas y otras exrepúblicas de Asia Central/CEI).

A lo largo de 1993 (año crucial), la ONU intentó tomar cartas en el asunto: a petición del Consejo de Seguridad, su secretario general, Butros Ghali, validó un informe sobre la situación en Nagorno-Karabaj. Recordó “que los combates en Nagorno-Karabaj constituyen una amenaza para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacional en toda Transcaucasia”. La ONU adoptó cuatro resoluciones (harto ineficaces) en ese mismo 1993.

Sin embargo, el conflicto siguió latente, como muestran los numerosos incidentes fronterizos (2006, 2008, 2010, 2012, 2013, abril-verano de 2016, verano de 2020), que hacían temer una nueva guerra abierta, inevitable desde 2016. El Grupo de Minsk propuso una solución gradual de la cuestión de Nagorno-Karabaj. Se presentaron cuatro sugerencias, las cuales convergieron en la obtención de un compromiso que incluyera la restitución del conjunto de territorios ocupados por los armenios y el derecho de retorno, a cambio de una autonomía real concedida a la comunidad armenia residente en esos territorios.

En junio de 2016, el Grupo de Minsk presentó propuestas concretas basadas en:

– la retirada completa de las fuerzas armenias de los siete distritos ocupados;
– la desmilitarización de Nagorno-Karabaj y el despliegue de una fuerza multilateral de paz y seguridad;
– el reasentamiento de las personas desplazadas y la financiación de la reconstrucción de ciudades y pueblos destruidos por la guerra;
– por último, el referéndum sobre el estatus de Nagorno-Karabaj.

Desde esa fecha, varios documentos, posteriormente apoyados por la ONU, han sido validados por la OTAN, la OSCE, el Consejo de Europa y la Organización de Cooperación Islámica (OCI), para resolver el problema de acuerdo con el derecho internacional. Por supuesto, su imparcialidad es matizable, habida cuenta de que dos miembros de la OCI, Turquía y Pakistán, son firmes aliados de Azerbaiyán… Aun así, el multilateralismo no logró resolver el conflicto, que estalló de nuevo.

El regreso de la guerra al Cáucaso

Efectivamente, el 27 de septiembre de 2020 estalló una nueva guerra en Nagorno-Karabaj, esta vez lanzada por Azerbaiyán con, cosa nueva, el apoyo y la cooperación estratégicos y decididos por parte de Turquía, tras múltiples incidentes ocurridos desde 2016. Esta nueva guerra, intensa pero localizada en Nagorno-Karabaj, durará mucho menos que las anteriores, sólo dos meses, aunque será particularmente mortífera: al menos entre 7.000 y 8.000 muertos en el lado armenio, y entre 4.000 y 5.000 en el lado azerbaiyano, según los servicios de inteligencia rusos y británicos. En esta ocasión, empero, las fuerzas azeríes tuvieron ventaja por tres razones:

1/ Estaban mucho mejor armadas y equipadas que en los años 90, pues se prepararon utilizando el dinero de la bonanza petrolera, que les permitió comprar armas y drones de alta tecnología a los turcos, a los israelíes, a los italianos y a otros países de la OTAN (entre ellos, Francia).
2/ Vladimir Putin permitió, inicialmente, la recuperación de los antiguos territorios azeríes en Karabaj ganados por los armenios en los años 90, al tiempo que detenía el avance azerí in extremis, en una lógica de equilibrio, pero también para “castigar” a los armenios por haber encumbrado al poder en Armenia, en mayo de 2018, a un primer ministro antirruso, Nikol Pashinián…
3/ La Turquía de Erdogan envió armas y drones, apoyó diplomáticamente la ofensiva azerí y luego envió mercenarios yihadistas árabes y turcomanos de Siria entrenados por la compañía de mercenarios Sadat del general Adnan Tanriverdi. Éste, cercano a Erdogan, había reclutado a partir de 2019 miles de combatientes islamistas y yihadistas acuartelados, desde la caída del Daesh y de la rebelión sunita contra Assad, en el noroeste de Siria, en una zona bajo control turco (zona oficializada en virtud de los acuerdos ruso-turco-iraníes de desescalada en Siria firmados durante las reuniones de Astaná y Sochi entre 2016 y 2018).

Los armenios perdieron la guerra. Debieron capitular y devolver una gran cantidad de territorios azeríes de Nagorno-Karabaj e incluso algo más:

El corredor que une Azerbaiyán con Turquía a través de Najicheván (república autónoma de 400.000 habitantes, poblada por azeríes; antes por armenios que fueron expulsados), todo ello dentro del marco de negociaciones entre Rusia y Turquía, por primera vez presente en el exterior cercano ruso (Rusia tiene su única base militar de la región en Armenia, en Gyumri).

Cabe señalar de paso que, en el contexto de este mundo multipolar en proceso de constitución, no fue el Grupo de Minsk antes citado el que consiguió el alto el fuego del 10 de noviembre de 2020, sino un acuerdo tripartito muy cínico entre Azerbaiyán, Turquía y Rusia, excluyendo cuidadosamente de los términos del acuerdo a los patrocinadores occidentales del Grupo de Minsk (Francia, Estados Unidos): Ereván se comprometió a devolver a Bakú los distritos de Aghdam y Kelbajar; se creó un corredor en Lachín; el regreso de los desplazados se realizaría bajo el control de la ONU; y, más en concreto aún, al día siguiente de la firma del acuerdo, dos mil soldados rusos fueron desplegados a lo largo de la antigua línea del frente.

Uno de los objetivos de la guerra a largo plazo de los azeríes, más allá de la recuperación de los territorios tomados por los armenios en 1993:

Era obtener algo de suma importancia a nivel estratégico e ideológico, el famoso paso de Meghri, una franja de diez kilómetros de ancho que conectase Azerbaiyán con el enclave azerí de Najicheván, ubicado dentro del territorio de Armenia. Se trataba de una victoria para los azeríes, porque, geográficamente, esa región sólo tenía frontera con Turquía, Armenia e Irán, pero ninguna continuidad territorial con el resto de Azerbaiyán. De facto, con este derecho de paso, el sueño de los panturquistas que, desde el genocidio armenio de 1915, siempre quisieron la “unión” entre los turcófonos de Turquía y del Cáucaso, estaba a punto de hacerse realidad, la continuidad territorial era posible y extensible.

Alexandre del Valle
Artículo original en francés en LeDialogue.fr
Traducción de Josep Carles Laínez