Memoria (única) democrática

Ya sabemos que por ley no hay tantas memorias como individuos. Por lo menos, en lo que respecta a la Guerra Civil y al franquismo sólo hay una que nos cuenta que los que se alzaron en armas en el 36 (o que les tocó en ese bando) eran todos malos, malísimos, y los otros, en cambio, hicieran lo que hicieran, unas bellísimas personas.

Esto lo tienen que tener en cuenta, incluso con las sanciones penales correspondientes, no sólo políticos e historiadores, sino personas del común. Y eso es aplicable a lo que hicieran los personajes históricos en cualquier momento de su vida, como pasó con la última estatua de Franco retirada en España, que conmemoraba su defensa de la ciudad de Melilla en 1921, siendo comandante de la Legión y cuando ni siquiera había República contra la que levantarse.

Es decir, que no hay discusión posible, que la verdad histórica en este asunto es única y que si las discusiones entre especialistas e historiadores valen para la Revolución Francesa o la Soviética, no admiten matices en cuanto a nuestro pasado tampoco no tan reciente.

Esto se aplica a los malos malísimos, pero también a los buenos buenísimos, a quienes no se les puede poner una pega aunque fueran los primeros en apelar a la guerra civil y en dar un golpe de Estado (fallido) contra la República en 1934.Véase si no lo que ha pasado con el callejero madrileño, donde un juez ha obligado a reponer las placas de Indalecio Prieto y Largo Caballero sin tener en cuenta sus respectivas biografías.

O sea, que se acabó investigar la historia y reparar la memoria de los que fueron injustamente perseguidos por el otro bando.

A Contracorriente
Enrique Arias Vega