Luisa C. Perosán: ¿Y qué puedo hacer yo? 

Luisa C. Perosán: ¿Y qué puedo hacer yo? 

Ante la cantidad enorme de problemas, injusticias y pifias con las que tenemos que convivir, poco o nada podemos hacer, ya que otros deciden por nosotros. Da igual la cantidad de votos (la supuesta voluntad popular), da igual si la opinión pública mayoritariamente está en contra de algo. Da igual, porque los que han medrado en un partido político, sin más mérito que el de sus años de militancia, van a decidir por usted. ¿Y qué puedo hacer yo? Nada, usted no puede hacer nada, cuarenta años de “apaños” legales se lo impiden. 

Usted no puede hacer nada. Pero puede dejar de hacer muchas cosas. Ahí es donde reside su fuerza y su único poder. Porque está comprobado que el voto sólo sirve para legitimar las maniobras y tropelías legales. Que las manifestaciones son únicamente aquelarres populares con cancioncitas, y que no sirven más que de válvula de escape (como la de una olla exprés, que deja salir el vapor para que no explote). Nadie hace caso de una protesta, hasta que la protesta es por algo muy serio. ¿Protesta de ganaderos? La policía saca la porra. ¿Protesta de camioneros? La policía saca la porra. El Estado tiene la exclusiva de la violencia y saca la porra a pasear cuando le conviene. Qué diferente sería una huelga de camioneros con los vehículos aparcados, todos los chóferes en casa, y sin piquetes. Se quedarían sin gente a la que reprimir.  

Pero hay algo que el Estado no puede hacer, y esto es obligarle a consumir determinadas cosas. No se engañe, el consumo es la base del poder hoy en día.  

Hay que ser muy ingenuo para pensar que un político que ocupa un puesto de poder no mercadea con su influencia. Las famosas puertas giratorias lo confirman. ¿Por qué en un país de un paro estructural del 20 % necesitamos más gente? Pues está claro: se necesitan consumidores. El dinero para ese consumo lo sacarán de sus impuestos, repartiendo la recaudación como más les convenga. 

Pero usted puede decidir apagar la televisión. Usted puede dejar apagado el móvil durante el tiempo que le venga en gana, puede dejar de comprar en un supermercado francés después de ver cómo destrozan camiones en la frontera. Puede leer etiquetas y dejar de comprar productos procedentes de otros países si son competencia. Usted puede dejar de hacer muchas cosas. Esto, que parece una tontería, no lo es. Imagínese que usted acuerda, con algunos millones más de sufridos ciudadanos, dejar de hacer algo en concreto. Le aseguro que pasarían cosas. El ejemplo más claro de esto (por desgracia) lo vivimos en 2004, tras los abyectos atentados de los trenes en Madrid. Muchos de nosotros recibimos durante dos o tres días mensajes en el móvil, y esto cambió el voto de millones de personas. 

Usted, en la seguridad de su casa, en el anonimato, puede dejar de hacer cosas que impliquen consumir algo y que ese algo dé dinero. Ese dinero que alguien deja de ganar es importante, y no le quepa la menor duda de que el político de turno recibirá la presión de ese alguien. Imagínese un día en el que como protesta por el desorbitado precio de la energía, en vez de votar a unos populistas nos ponemos de acuerdo para bajar el consumo de forma significativa, aunque sean un par de días. Las pérdidas económicas serían notables y pasarían cosas. Usted, independientemente de si es de izquierdas o de derechas, sufre estos altísimos precios. A usted ningún político le ha solucionado esta papeleta y la razón es muy simple. Ninguno está dispuesto a arriesgar su futuro oponiéndose a los intereses de las empresas energéticas. Le darán razones de lo más variado e imaginativo, pero la verdad es que no se hace nada porque no se quiere hacer nada. 

Si desde la política no se quiere hacer nada, ha llegado el momento de que como ciudadanos hagamos presión. Puede ser negarse a consumir en masa algo en concreto, durante un periodo de tiempo, hasta que esa presión llegue donde nos interesa. No faltarán voceros en televisión, expertos y demás trampantojos, elaborando teorías para intentar convencernos de lo perjudicial que es esto para todos. Pero entonces lo que debemos preguntarnos es: ¿A mí me perjudica? Ésa debe ser la cuestión, porque la gente que se dedica a esto, los justificadores y “asustaviejas” siempre hablan en términos totales, y ése es su error.