Luisa C. Perosán: La ventana de Overton

Luisa C. Perosán: La ventana de Overton

Hace unos días en Almería apareció un cartel “erróneo” según los responsables, con una leyenda que literalmente daba a entender que un menor podía tener sexo (con un adulto se entiende), con solo dar su “consentimiento”. Esta aberración podría considerarse anecdótica, si no fuera porque no es la primera vez que esta idea intenta colarse a la sociedad.

Hace un año escuchamos unas declaraciones de nuestra “flamante” ex ministra de igualdad con el mismo mensaje y justificándolo de igual manera, con la palabra “consentimiento”.

En los pasados carnavales vimos estupefactos cómo desfilaban niños y niñas disfrazados de meretrices. En charlas y “cursos” más que cuestionables, se muestra contenido sexual (con excusas como el respeto a determinadas minorías) a niños de muy corta edad. Esto es inaceptable. Es inaceptable desde cualquier punto de vista.

Bajo el epígrafe “progreso” se han camuflado todo tipo de ideas dañinas.

Manipulando con palabras como “derecho”, se han impuesto leyes que perjudican, y mucho, al conjunto de la población, incluidos aquellos a los que se les pretendía otorgar ese “derecho”. Estamos inmersos en un proceso de idiotización generalizada, y para ello se utiliza un programa de inversión de valores implacable. ¿Con qué fin?, claramente el de tener una masa social aborregada. Una masa social incapaz de hacer valer ningún derecho real.

Siguiendo la teoría de la ventana de Overton, se está intentando que aceptemos cosas tan aberrantes como la que exponía el famoso cartel.

No creo que fuera un error, más bien creo que se trató de una prueba, una prueba para comprobar si el mensaje era “aceptable”, o simplemente pasaba desapercibido por desinterés o ignorancia.

No me cabe duda de que la idea está en el programa. No me cabe duda después de ver en qué han desembocado otras ideas.

Del respeto a las personas homosexuales, respeto que ya tenían desde hace décadas digan lo que digan los “chiringuiteros”, hemos acabado con colectivos y hooligans intransigentes, que reciben dinero a espuertas aplicando “el lloro continúo”. Esos mismos que dan charlas de contenido sexual a criaturas de corta edad en colegios. Esos que continuamente hacen mofa y denigran las creencias de otras personas, sin que nadie se atreva a replicar.

Con la excusa de dar “derecho” a las personas trans, para afirmar que son mujeres (porque ser hombre no está tan demandado), se ha eliminado a la mujer, introduciendo una nueva forma de machismo mucho peor que la anterior, ya que este machismo emana de quienes odian a la mujer por considerarla competencia, y su único anhelo es suplantarla.

Cuidado si la idea se plantea con palabras como “consentimiento” porque implica una aceptación del hecho en sí.

Cuidado con los derechos para minorías que desposeen de derecho a la mayoría. Cuidado con lo que intentan colarnos por la puerta de atrás porque nunca son mejoras. Palabras como derecho, consentimiento o gratis, son increíblemente peligrosas.

Palabras como subvención, muchas veces ocultan el reparto irregular de dinero público, hoy en día, si te compras una pala, y pides una subvención para desenterrar cadáveres de la guerra civil, te puede caer un buen pellizco de pasta. Siempre y cuando seas afín a un partido u otro, en esto todos son iguales.

El día que “aceptable” sea valorado, habremos perdido la batalla y en poco tiempo los menores dejarán de estar protegidos.

Da igual la demagogia, si algo está mal, no hay explicación que valga. Mantener relaciones sexuales con un menor es abuso, el menor no tiene experiencia ni conocimientos para dar consentimiento. Camuflarlo de “derecho” no lo hace aceptable

Como tampoco hace aceptables muchas de las incoherencias con las que tenemos que tragar a diario. Ley de paridad, que impone cuotas absurdas por motivos absurdos, sin tener en cuenta la valía personal.

Cursos LGTBI para empresas, dar preferencia para acceder a un puesto de trabajo basándose en la orientación sexual, o dar cobertura médica a cualquiera sin tener en cuenta la capacidad ni tampoco a quienes la pagan. Para todas y cada una de estas injusticias se ha empleado la palabra derecho.

Quien ideó el cartel confiaba en una de estas dos posibilidades; el desinterés o la falta de comprensión lectora por parte de los ciudadanos. Quien ideó el cartel tenía prisa por dar el primer paso. Lamentablemente esta no será la última vez que desde instituciones públicas se lancen este tipo de mensajes.