Un verano para olvidar

Llevamos cuatro veces más monte quemado que todo el año pasado y una sequía que no se recordaba en décadas. Son, simplemente, dos características de un verano para olvidar.

La serie de inclemencias y desgracias no ha ocurrido solamente en España, pero ha tenido en nuestro país particular incidencia. Para desgracias, hasta se han desanclado atracciones y escenarios al aire libre produciendo víctimas mortales. Cuando en un breve período de tiempo se acumulan tantos acontecimientos negativos, tenemos la impresión de que todo sale mal. Algo de eso hay, en efecto, Hasta ha crecido el número de ahogamientos en playas y otros espacios acuáticos al haberse alargado las horas del baño y no haber suficientes socorristas para cubrir tan largos intervalos de tiempo.

La culpa no hay que atribuirla al factor humano, al menos en principio, más allá de las acciones criminales de los pirómanos de turno. Pero por omisión sí que tenemos responsabilidades y posibilidades de revertir las cosas. Es un hecho sabido, por ejemplo, que los incendios forestales veraniegos se combaten en invierno, limpiando los bosques de maleza, dejando expeditos los cortafuegos y con una vigilancia preventiva que evite luego que los calores agosteños se ensañen con la naturaleza.

No podemos decir lo mismo de unos pantanos bajo mínimos, pero sí de la posibilidad de crear algunos nuevos y del uso racional del agua que evite su derroche inadecuado. Sí, en cambio, se pueden prever los efectos de las riadas que causan destrozos con las tormentas, limpiando los cauces de los ríos y no permitiendo que se construya en ramblas por las que se desborda el agua en las inundaciones.

El común denominador de estas reflexiones es el de la previsión. No se pueden remediar muchas veces las cosas cuando ya han ocurrido, pero sí evitar que sucedan mediante el sencillo método de la anticipación.

Enrique Arias Vega

A contracorriente