Luisa C. Perosán: Viajar

– Viajar y hacer turismo se ha convertido en algo muy habitual. La gente se pirra por pisar suelo extranjero, preferiblemente.

Viajar, en mi opinión, está sobrevalorado. Cómo persona que ha tenido que viajar mucho por motivos de trabajo, no me parece algo deseable en absoluto. Madrugar, correr a veces en los aeropuertos, lidiar con overbooking, retrasos, hoteles “sorpresa”, caminatas, e incomodidad… No me parece nada placentero.

Me hacen gracia esos que cuentan sus experiencias en paises como la India, y que desesperadamente intentan dar un sentido positivo a: las colitis de 15 días, la suciedad de calles y alojamientos, el olor, la insalubridad, la inseguridad y los timos, por no hablar del acoso de algunos hombres a las mujeres occidentales.

Acuden en busca de espiritualidad porque el Vaticano, igual les pilla muy cerca y no les “luce”. Acuden en busca de sabiduría porque como es muy lejana por fuerza tiene que ser grande. Lo único que encuentran es una cultura y valores totalmente opuestos.

Intento por todos los medios entender por qué alguien dice que Marruecos es precioso. Yo nunca he visto nada bonito, al contrario.

Procuro por todos los medios comprender la romantización absurda de ciudades como París, abarrotada de africanos, con un metro que huele a orines, con gente antipática, con taxistas toca pelotas, y con hoteles en muchos casos de medio pelo carísimos.

No me cabe en la cabeza ese deseo absurdo de mal vivir en Londres o pasar unos angustiosos días atrapado en esa colonia indio-pakistaní, comiendo fatal, con un metro donde las ratas se pasean, y también con olor a orines. Ese deseo de “ver cosas” me fascina. Esos que con su moto o su mochila se van a dar vueltas por el mundo malviviendo, me tienen alucinada.

Me sorprende ver gente que ahorra durante todo el año para irse a Praga, y comer cinco días en McDonald’s.

Pero después entro en Instagram y se hace la luz en mi mente. La mayoría viaja para que los demás sepan que han viajado. Para poner sus fotos, para contar su experiencia, para ver si despiertan la envidia de los que son como ellos. Gente que solo consume experiencias por el placer de exhibirlas. Rara vez hablan mal de sus viajes, aunque se los hayan comido los mosquitos o se hayan puesto enfermos. Aunque el hotel fuera una cueva, cosa que se sospecha cuando no cuelgan fotos de este. Nunca contarán la verdad, que sí, que puede que vieran cosas muy interesantes, ¡pero no me cabe duda de que “vivieron” cosas aún más interesantes!.

Nada como un robo en Bangladesh, un taxista estafador, o una recepcionista parisina con ancestros senegaleses, poniendo a prueba tu paciencia porque, “Je ne te comprends pas”. Cuando te miran por encima del hombro en una Brasseríe grasienta, a las dos de la tarde, porque ya no sirven comidas, “je suis désolée” o lo que es lo mismo, lárgate idiota.

O esos interesantes y pintorescos mercados, llenos de gente que te mete mano en el bolso y en lo que no es el bolso.

Y los peores, los desalmados que te cuentan orgullosísimos, cómo en un pais africano le dan una galleta a un niño y el chiquillo la comparte con otros críos. Que te cuentan muy contentos, cómo durmieron una noche en una covacha con tarántulas, y al día siguiente se fueron a intentar matar algún espécimen de la fauna local.

También existe una interesante variante, que es el que necesita irse muy lejos para cansarse con un deporte que podría practicar a cinco minutos de su casa.

Viajar está bien si se hace cómodamente. Nadie me va a convencer de lo contrario. Viajar de cualquier forma, en plan turista no mola nada, estoy segura de que hechas las fotos y colgadas en la red, muchos contarán las horas para su vuelo de vuelta a casa.

Lamentablemente conservamos todavía, la idea de que solo los burgueses y ricos viajan.

Lamentablemente vemos el viajar como un lujo, aunque sea de cualquier manera. Ahí está el error. Viajar en un yate hasta Capri y alojarte en el balneario es de ricos, es cómodo y lujoso. Pillar un avión a las cuatro de la madrugada, ir en el metro con una o dos maletas y alojarte en un hotel mediano no es lujo, es un nuevo horror que añadir a la pobreza, además de un despilfarro absurdo.

El turismo es un curioso fenómeno. Por muy incómodo que resulte, por muy decepcionante que nos parezca, una vez en casa, y atormentando a familiares y amigos con las fotos y los videos, contaremos la experiencia como algo maravilloso, aunque todavía estemos tomando Fortasec cada ocho horas.

El hecho de necesitar vacunas para ir a un sitio en concreto, ya debería ser advertencia suficiente, como para pensarnos otra vez si el destino escogido vale la pena. Pensar que el resto del mundo nos va a comprender y respetar, es una idea totalmente infantil.