Luisa C. Perosán: Festivales, o lo que es lo mismo, diversión en un corral.

– Macro festivales, festivales a secas, da igual el tamaño, el horror es el mismo.

Te conducen como al ganado, te estabulan, y además te marcan con una pulserita. Y lo más cachondo es que tienes que pagar una pasta. ¿La excusa? Pues que, en vez de un concierto, que es lo que aguanta un ser humano standard, te arrean cuatro.

Son todos más o menos igual. Un cenagal si ha llovido, y un estercolero pasadas cuatro horas, aunque no haya llovido. Es como un campamento de refugiados, pero con música a toda castaña. Baños de obra con un insoportable hedor, inundados y no precisamente de agua, comida de dudosa salubridad, bebidas caras, y distancias absurdas entre puestos… Es algo incomprensible que alguien pueda disfrutar esto. Me resulta fascinante que la gente se meta en estos establos por voluntad propia y encima que paguen dinero.

Y además de las deplorables condiciones higiénicas, puedes tener mala suerte y alguna de las estructuras montadas a toda prisa, te caiga encima y te mate.

Además, si la organización del evento se pasa de avariciosa, pueden ocurrir cosas como en el festival de Woodstock, donde la falta de previsión hizo que el agua escaseara. Además, los puestos con bebidas estaban a kilómetros de distancia y cuando por fin llegabas… ¿Habían subsanado el problema? No, habían quintuplicado el precio. Resultado, un motín. Te puedes ver envuelto en un gran problema, rodeado de gente mamada como piojos o drogados hasta las cejas y muy cabreados.

Gente que viendo como otros hacen el bestia se unen a la fiesta y eso acaba siendo un infierno.

Te puede caer una estructura y aplastarte como en el Medusa. Te puedes ver envuelto en un aquelarre de fuego y destrucción como en alguno de los Viña Rock, con quema de vehículos incluida. Y aunque nada de esto suceda, hay cosas de las que no te vas a librar si te has metido en ese apero.

Si hay “zona de acampada” o lo que es lo mismo, un llano sin desbrozar, tendrás suerte si hay duchas, y tendrás aún más suerte si sales de ellas con lo mismo que entraste, sin algún hongo cariñoso, o cualquier otra inmundicia. Tendrás aún más suerte, si el puesto de comida basura no te provoca una colitis. Si ya es malo estando en tu casa, estando en un sitio donde los servicios son una pocilga, puede ser una sucursal del averno. No hablemos ya del comportamiento incívico, de los distintos tipos de gente intoxicada con los que te vas a encontrar y a los que tendrás que aguantar. Borrachos vomitando o metiéndose con la gente. Toxicómanos derrumbados o derrumbando gente y cosas. Pesados, locas bailando como si fueran un tiovivo, gente berreando, y los peores, los papi modernos que se llevan a sus joyitas a un sitio así y las comparten con todo dios.

Me extraña que aún no hayan inventado un festival donde llevar al perro.

Sería el acabose. Me imagino esas zonas de acampada en plena noche. Lloros, ladridos y arcadas, en medio de una fetidez extrema.

Y eso si hablamos de grandes festivales con organización, pero los hay un poco más amateur y estos ya son para mear y no echar gota.

Se de uno en un lugar tan agreste e inaccesible que el señor que tenía el puesto de bebidas se despeñó por el “camino” (una vía pecuaria solo apta para cabras) y hubo que rescatarlo. Un lugar, donde había escorpiones y donde una de estas mamis modernas, descubrió que su bebé de seis meses tenía una garrapata en el oído. Un sitio donde los conciertos empezaron a las cuatro de la mañana, porque los organizadores no se ponían de acuerdo en hacer ni lo mínimo. Un desastre que podría haberse convertido en una desgracia. Si uno de los escorpiones hubiera picado a alguien, la evacuación no habría llegado a tiempo, entre otras muchas cosas. Se de otro, en las ruinas de un caserón en plena mancha a cuarenta grados sin sombra, en pleno mes de julio. Recuerdo también un festival de aclaratorio nombre, llamado Socarrat, cerca de Xàtiva.

¿De verdad esto resulta atractivo?. Pues sí, porque estos festivales proliferan y triunfan. No hay verano sin sus festivales.

No faltan quienes contentísimos de su estancia en estos eventos, te bombardean con sus fotos, videos y compras realizadas en los tenderetes. Multitud de cacharritos absurdos, pulseritas, discos de vinilo (los CD están demodé) camisetas y gafas a precios obscenos. Cada vez que se celebra uno de estos festivales las redes se inundan de fotos con gente enseñando cosas, bien una camiseta horrible y cutre, con el nombre de su grupo favorito, o con el puñetero vinilo, que jamás saldrá de su funda, o con el quinto “cuba litro” de esa mañana. Si no hay fotos, ni camiseta, ni vinilo, ni resaca, es como si no hubieran estado de festival.