Aunque el artículo llegue con tres días de retraso, cuando hablamos de Pedro Sánchez siempre vale la pena esperar: su versión de los hechos nunca decepciona en su habilidad para justificar lo injustificable.
Como ya hemos visto en otras ocasiones, ha desempolvado la carta blanca del franquismo, ese comodín que nunca falla por su capacidad de desviar cualquier crítica. Debe ser su admirador en secreto, porque no pierde oportunidad de mantenerlo en el centro del debate, convertido en el villano omnipresente y todopoderoso, culpable de todos los males de España. Llama la atención, cuanto menos, que un dictador fallecido hace 49 años cargue con más responsabilidades que un presidente que lleva dos legislaturas al mando. Bajo esta misma lógica, su excusa para ausentarse de la misa por las víctimas de la DANA no podía ser más previsible, pobre y decepcionante.
Esta vieja técnica de la cortina de humo ya no sorprende a nadie; de hecho, algunos hemos optado por tomárnosla a risa. Sin embargo, conmemorar a las víctimas de hace 50 años justo un día después de ignorar a las más de 200 víctimas de hace apenas un mes es un salto de cinismo que supera incluso su propio estándar. Como ya he mencionado en otras ocasiones, cuando parece haber tocado techo en su narcisismo político, siempre logra inventar una nueva forma de fallar a los españoles.
“Si quieren recursos, que los pidan”. Tal vez, el verdadero recurso que deberían haber solicitado los valencianos era la dignidad, algo tan esencial que nuestro presidente ha desatendido una y otra vez desde aquel 29 de octubre.
Las ayudas adjudicadas en la Cumbre del G20 a Cuba o Marruecos sí que merecieron el honor de un viaje a Brasil; un paseo de flores por las calles, acompañado de la gran licenciada y directora catedrática Begoña Gómez, sí que fue motivo suficiente para ir a la India. Pero Valencia, a solo 360 km, con motivo de mostrar respeto a las familias cuya vida fue destruida de la noche a la mañana, parece no ser suficientemente importante.
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Esta disparidad en el trato deja claro lo que muchos ya sospechábamos: a Sánchez le importa más su Falcon que los ciudadanos a los que debería servir.
La responsabilidad política nunca había sido tan subjetiva. Sí era su responsabilidad garantizar el bienestar de los españoles cediendo el 100% de los tributos a Cataluña; no era su responsabilidad tomar las riendas de una crisis como la DANA; sí era su responsabilidad mantenernos alejados del «fantasma fascista» de VOX pactando con los descendientes de ETA; no era su responsabilidad asistir a una misa de Estado en honor a las víctimas de la DANA. Y si hablamos de responsabilidad, ¿qué puede ser más irónico que un presidente que, precisamente en la misa donde tiene parte de culpa, entiende que no ha de asumir la responsabilidad de atender?
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Se demuestra así el orden de prioridad de nuestro gobierno actual, donde prima el populismo sobre la necesidad.
No nos dimos cuenta, pero en el momento en el que salió por patas de Paiporta no solo dejaba atrás el pueblo, sino a todas las personas afectadas que necesitaban una respuesta real. Y desde entonces, ahí lo tenemos: presente en eventos donde se le aluda por lo “sexy” y “tío bueno” que es, y ausente en los problemas donde solo recibe la fría bofetada de la realidad.
Esta vez, la arrogancia que expone con orgullo ha demostrado lo que se esconde detrás: pura cobardía.
Porque la actuación del presidente el pasado lunes deja claro, sin lugar a dudas, que es un cobarde incapaz de enfrentar la realidad, es decir, un cobarde que no tiene el valor para mirar a los ojos a las más de 200 de familias que lo han perdido todo. Mazón sí cumplió con su deber, aun sabiendo perfectamente que los abucheos le esperaban a la salida. Lo mismo hicieron los Reyes, que continúan demostrando que, en la ecuación entre corona y gobierno, la monarquía tiene mucho más respeto por España y sus ciudadanos. Curioso, ¿verdad? Que quien no hemos elegido y no tiene capacidad de gobernar sea quien esté liderando con dignidad durante esta crisis.
No obstante, los verdaderos líderes de esta situación, los valencianos, no defraudaron. A Sánchez le hubiera encantado ver que, incluso en su ausencia, él fue el gran protagonista de los vítores, aunque el contenido de esos aplausos no le habría hecho tanta gracia. Ya saben lo que dicen de las verdades: siempre son las que más duelen. No me atrevo a decir que a Sánchez le importa la opinión de los españoles -solo hay que ver cómo la utiliza como una herramienta de poder- pero si hay algo que sí le importa es su imagen, y este lunes sufrió un golpe que no se había visto en mucho tiempo.
Porque, efectivamente, entre las múltiples opciones que había de abordar esta crisis, ha escogido la peor: hacer caso omiso de los gritos de socorro de los valencianos.
Así, otro fallo más se suma a su vasta hemeroteca, esta vez en la sección dedicada a la falta de empatía y solidaridad humana. No es difícil ver que este desdén hacia los valencianos no es solo un desliz, sino una muestra más que evidente de su desconexión con la realidad que vivimos el resto. Mientras él se enfoca en limpiar su imagen y mantener su poder, los valencianos lloran todavía su pérdida. Al final, aunque Pedro Sánchez sigue ausente y distante, el resto de los españoles no nos sentimos representados por quien debería ser nuestra voz en momentos de crisis. Nuestro corazón sigue con los afectados, con los valencianos que han sufrido la devastación, y con todos aquellos que, al igual que nosotros, no olvidan que la verdadera empatía se mide en actos, no en palabras vacías.