Una religiosa valenciana que profesó con 14 años en 1946 celebra sus bodas de diamante en las Hermanas de la Doctrina Cristiana

A sus 89 años, sigue feliz dando catequesis. «Si volviese a nacer haría  lo mismo»

La valenciana Amparo Alba Pelechá, de 89 años, ha celebrado sus bodas de diamante (75 años) como religiosa de las Hermanas de la Doctrina Cristiana, donde ingresó el 11 de febrero de 1946, con 14 años.

Natural de la Pobla de Vallbona ha explicado en una entrevista en Paraula, que «he querido ser monja siempre». Ha recordado cómo de niña le preguntó a su madre si quería que fuera monja. Su madre le animó a esperar, pero no ocultó su alegría ya que hizo lo posible para que sus hijos fueron religiosos, «sin forzar».»De siete hermanos que éramos, todos menos dos estuvimos en algún aspirantado o en el seminario», ha añadido.

Solo cuajó la vocación de Amparo y un hermano, carmelita descalzo. La religiosa ha recordado que estando en el colegio de las Hermanas de la Doctrina Cristiana, la superiora anunció un aspirantado en Mislata. Ella con tan solo 12 años  se apuntó. Después de superar algunas dificultades que se presentaron, el día 22 de enero de 1944 ya estaba en Mislata. «Y a partir de ahí, hasta hoy», ha manifestado con satisfacción. «Pasé una adolescencia muy bonita aquí, tan limpia, sin haber tenido nunca añoranza por la vida de fuera», ha destacado.

Después de estos años de vida religiosa, la hermana ha insistido en que «si volviese a nacer haría lo mismo». «Han sido años felices. He hecho buenos amigos. No soy una persona muy sociable, pero quiero de verdad a la  gente y eso se nota», ha señalado .

Durante su vida, la hermana ha estado en colegios de Barcelona, Tarragona, Valencia y Mislata, donde lleva 25 años. Estudió catequesis en el Salesiano de Roma. «Todo ha sido tan bueno, tan bueno, que no me arrepiento de nada de lo que he hecho», ha exclamado. Además, no deja de dar gracias por estos 75 años «porque creo que los he vivido en plenitud, siempre ayudada por Dios y por las hermanas de comunidad». «He sido feliz y estoy satisfecha de lo que he hecho. Repetiría la experiencia, ha añadido.

Un momento intenso en su vida y que ha recordado con emoción fueron los primeros ejercicios de mes que hizo en Loyola. «Fue uno de los momentos en que sentí especialmente la presencia de Dios, un tiempo extraordinario, muy bueno». Igualmente buenos fueron los años que pasó en el Colegio Pío Latino, en Roma. Allí  conoció al cardenal Pironio y a muchos sacerdotes, y disfrutó «con todos los momentos muy vivos, de gracia diaria, de presencia de Dios que allí viví».

La religiosa colabora en las labores de la casa y en la catequesis de la parroquia Nuestra Señora de los Ángeles de Mislata, donde coordina los cursos, junto con los catequistas. «Tenemos una actividad muy fuerte de catequesis tres días a la semana», ha reconocido.

Afectada por la pandemia

Lo que nunca imaginó es que viviría momentos como los actuales, consecuencia de la pandemia. «Estoy bien porque no tengo nada, pero no poder llevar la catequesis de la parroquia y no poder ver a los niños ni estar con los catequistas me está fastidiando». La religiosa lo suple «con más oración e intentar hacer lo mejor que podemos».

Después de haber tratado durante años con niños, la religiosa considera que los jóvenes ahora «son más espabilados, van por delante en todo». «Pero la pureza, la docilidad o el vivir la fe que habían aprendido en casa ya no se ve», ha añadido. Con pesar ha manifestado que «algunos vienen sin saber el Padre nuestro ni santiguarse ya que no reciben ninguna instrucción en casa». A pesar de todo, en vez de ver esto como un inconveniente, la religiosa lo ve como un reto. «Ahora nos obligan a esforzarnos y a trabajar más pues nos exigen más porque tienen muy poco», ha manifestado.

El 11 de febrero, celebró el aniversario con su comunidad. «Pensábamos hacerlo a lo grande, pero quedó reducido a una misa en la intimidad», a la que no pudo asistir ni siquiera la familia. Sin embargo, los profesores del colegio Sagrado Corazón le despertaron cantando «Las mañanitas», con una letra escrita por ellos. También fue muy especial la comida que le prepararon las hermanas, su plato favorito,  «el puchero valenciano». La religiosa explica que no hay secreto para tener energía. «No lo debo a nada, sino a haber vivido lo que tocaba intentando hacer fácil lo que venía».

La religiosa tiene gran devoción a la Virgen de los Desamparados, heredada de su familia. Por eso se llama Amparo y su madre siempre les llevaba a ver a la Virgen. También admira «la bondad y la forma de ser» de San Francisco de Sales, sin olvidar tampoco, el ejemplo de su fundadora, la madre Micaela Grau, y el de las 17 mártires de la congregación, que a la religiosa le sirve «para continuar esforzándome y superándome».

De las 35 novicias que profesaron aquel 1946, sólo quedan ella y  Amparo Ros, hija del mártir Arturo Ros Montalt y tía del actual obispo auxiliar de Valencia monseñor Arturo Ros. Pequeña y muy menuda, recuerda aún vivamente cuando el entonces arzobispo de Valencia, monseñor Marcelino Olaechea realizó una visita al convento, y al verla a ella tan joven, le preguntó: «Pero tú ¿has hecho ya la Primera Comunión?» aunque tenía entonces 21 años.