El invierno, peor que el otoño

La inflación nos ha dado un pequeño respiro en el mes de agosto, bajando cuatro décimas. Pero aún no sabemos si es un espejismo o responde a un fenómeno más de fondo.

Lo cierto es que todos los indicadores económicos continúan deteriorándose, hasta el del desempleo, récord en Europa, y que el último año nos dio un poco de respiro. Todo, digo, continúa su escalada, desde el déficit público, fomentado por el aluvión de organismos públicos y subvenciones no controladas, hasta la deuda pública, cuyo pago encarecerá nuestros Presupuestos.

No será en otoño cuando la tensión estalle, pese a las amenazas sindicales respecto al salario mínimo, porque en economía siempre hay un cierto retraso entre los efectos buenos o malos y las causas que los generaron, con lo cual podemos situar en el invierno el epicentro de nuestros problemas económicos, problemas agravados por medidas como la subida de cotizaciones sociales o la no deflactación del IRPF por el coste de la vida.

Nos hallamos, pues, ante un nuevo escenario, de inflación y paro, con el euríbor y las hipotecas en alza y el problema energético que, aunque afecte más a Alemania, también nos acaba pasando factura.  Mientras tanto, no hay más medidas en el horizonte que la subida de impuestos, con lo que la serpiente acaba mordiéndose la cosa y el coste de la vida vuelve a subir.

No puede atribuirse este análisis al catastrofismo, pues hasta los ministros que derrochan más optimismo reconocen ya que no estamos para tirar cohetes y que se avecinan tiempos difíciles. Así que ojo con el invierno que viene que nos va a dejar helados en más de un sentido.

A Contracorriente
Enrique Arias Vega