Carles Puigdemont no tendría que estar en política. Y no lo digo por sus problemas judiciales que le han llevado a ser un prófugo contumaz, sino que él mismo anunció su retirada si no obtenía de nuevo la Presidencia de la Generalitat, como así ha sucedido. Aunque ya sabemos lo poco que vale la palabra de los políticos y ahí tenemos a Pedro Sánchez para ejemplificarlo.
Pero Carles Puigdemont pese a ser un perdedor a manos de Salvador Illa, ha sabido sacarle rédito a los votos obtenidos, en este caso en Madrid, sin necesidad de hacer especiales aspavientos en el Parlament de Cataluña. Sus siete escuálidos escaños traen de cabeza al Presidente de Gobierno, que los necesita para mantener la mayoría de investidura que obtuvo gracias a ellos.
Por eso, un fugado en Waterloo se ha convertido en un personaje esencial en la política española, mientras espera la cumplimentación de una amnistía que sabe que llegará en función de la necesidad que tiene de él Pedro Sánchez. Para demostrar su dominio de la situación, son los enviados gubernamentales quienes deben peregrinar al extranjero para obtener siempre la última concesión del ex President.
Precisamente, y en orden estrictamente cronológico, la última ayuda al Gobierno de Madrid ha consistido en apoyar el decreto de las pensiones una vez expurgadas aquellas cláusulas que enfadaban a Junts. A cambio, entre otras cosas, se desbloquea la cesión de competencias sobre inmigración, la segunda cadena de TVE será exclusivamente en catalán y se acelera la financiación singular para Cataluña.
Estos triunfos, unidos a las concesiones anteriores, avalan que Puigdemont, no siendo nadie, es un político de éxito aunque no pueda beneficiarse él mismo de sus logros al no estar gobernando Cataluña.