– La progresía babeaba con este tipo de argumentos, les encantaba ver en sus películas ese espantajo creado del “señorito facha”.
Las crueldades y humillaciones del despiadado cacique, que abusa y humilla sin descanso de unos empleados de su cortijo. El señorito Iván, un déspota sin alma, que usaba como perro de caza a Paco “el bajo”, era un monstruo que hacía las delicias de los que gustan de simplificar. Unos señoritos hipócritas y perversos… ¿Les suena?, ¿no les recuerda algo?
A mí sí, porque cada vez veo más ese comportamiento en nuestros nuevos caciques, los nuevos “señoritos”.
Esos que se definen como progresistas pero que se comportan como todo lo contrario. Esos que se adjudican toda la moral existente en el planeta. Esos, son nuestros nuevos caciques, son los dueños del cortijo y humillan y abusan de sus empleados, que es lo que consideran que somos nosotros.
No les gusta que se les pidan cuentas, no tienen autocrítica y se enfadan mucho si se les hacen las preguntas obvias.
Margarita Robles daba la semana pasada una buena muestra de ese caciquismo. Abroncaba sin vergüenza ni pudor a quienes, llenos de barro, le recriminaban su incompetencia. Pero, en vez de escuchar y explicar las cosas, gritaba: se había enfadado la “señorita”. Tampoco le venían bien las preguntas de la oposición durante su comparecencia para informar en el congreso sobre la comisión de defensa sobre las tropas en Líbano. Aunque viendo lo que tenía enfrente, no tenía ni por qué enfadarse. Escuchando a unos y otros lanzarse consignas y mentiras, y dar vueltas alrededor de leyes absurdas, me queda claro que los valencianos no somos su prioridad.
Somos los trabajadores de su cortijo, los paganini, que solo están para ser exprimidos, pero que no merecen consideración ni auxilio en una catástrofe.
Pedro promete frente a las cámaras lo que haga falta porque no tiene ninguna intención de cumplir con nada. La hipocresía y la doble moral de esta gente no tiene límites. Hablan de “los y las” trabajadoras, vestidos con ropa carísima. Dentro de sus coches oficiales y bien escoltados por la policía que pagamos nosotros hacen oídos sordos a los abucheos.
Y no solo es el caso de los políticos. Hace tiempo que vengo observando que todos los que se declaran progresistas tienen un comportamiento bastante totalitario, clasista y despectivo con sus empleados o subordinados. Cuanto más “progre” mas “señorito”.
Pedro mandó una unidad de élite de la policía a detener a un señor que le pegó un escobazo a su coche blindado.
Margarita gritaba y humillaba a los vecinos en un garaje inundado casi un mes después de la riada. Comparecía para dar explicaciones y, en vez de eso, con altanería y mala leche, soltaba mentiras. Sin despeinarse dijo que el ejército estuvo desde el “minuto uno”, cosa que sé muy bien que es mentira porque yo solo vi militares seis días después de la riada. Y ya, en un alarde de manipulación torticera, intentó presentar como víctimas a los militares de la UME contando una historia lacrimógena de lo incomprendidos que se sienten. Las víctimas de la riada importan un pepino, lo importante eran las quejas de una tal Lorena.
Absolutamente fascinante el nivel de degeneración moral de la ministra.
Se ceñía al “relato”, sin importarle un pimiento la verdad. En el famoso garaje soltó una frase que es para analizarla: “He venido porque tengo ocho mil personas trabajando aquí”. “Tengo” ¡como si le pertenecieran! Y dice que son ocho mil, ahora comprendo porque es tan raro verlos. Dada la magnitud de esta tragedia y la enorme extensión, me parecen cuatro gatos. Se contradecía obviando sus declaraciones de hace días, donde con mucha soberbia nos aseguraba que “el ejército no puede estar para todo”. Y la pregunta obvia, tras recordarle esta declaración, nadie se la hizo.
La pregunta, que sí le hizo una joven en el garaje de Paiporta es “¿Y para qué están?”
No estamos en guerra (oficialmente), no están vigilando nuestras fronteras, que están abiertas de par en par. ¿Para qué están entonces? Pues da la impresión de que están para acudir donde la OTAN les ordene, con nuestra financiación. Unos cumplen órdenes, otros se ciñen a las leyes de tal o cual chorrada y el resultado es que el paganini se tiene que apañar como pueda. Es una molestia tener que quitar barro y coches siniestrados, es mucho más chuli, para la ministra, ir a ver cómo hacen maniobras, es mucho más limpio, y se puede poner un modelito que no requiera de botas de goma.