– Los impuestos locales, como el IBI o la tasa de basura, son el arma preferida para alimentar discursos partidistas y polarizar el debate público.
Esta dinámica, en la que el partido en la oposición critica las subidas que luego aplica al llegar al poder, ya sea en ayuntamientos gobernados por el PP, el PSOE, Compromís o Vox, no solo es incoherente, sino que también perjudica a la ciudadanía.
Es comprensible que los partidos busquen marcar diferencias para fortalecer su mensaje político.
Sin embargo, utilizar la fiscalidad como eje de confrontación no es solo injusto, sino que representa un flaco favor para los propios compañeros de partido que gobiernan en otros territorios. Mientras en un municipio liderado por el PP se critica la subida de tasas del PSOE en otro municipio vecino, y viceversa, el ciudadano percibe una enorme contradicción. ¿Cómo se puede defender que en un lugar los impuestos son imprescindibles para garantizar servicios básicos y, a la vez, criticarlos en otro? Esta diversidad de criterios no solo confunde a los vecinos, sino que erosiona la confianza en las instituciones.
Los impuestos locales, como el IBI o la tasa de basura, son esenciales para el sostenimiento de servicios básicos: iluminación, limpieza, recogida de residuos, y mantenimiento de infraestructuras, entre otros. Es una realidad que, en muchas ocasiones, los presupuestos municipales necesitan ajustes para equilibrar cuentas o adaptarse a nuevas demandas ciudadanas. No obstante, esta necesidad debería ser abordada desde la transparencia y la pedagogía política, y no desde el oportunismo.
Cuando utilizamos los impuestos como munición política, perdemos la oportunidad de educar a la ciudadanía sobre su verdadera finalidad.
Es necesario que los vecinos entiendan que los tributos no son castigos, sino contribuciones colectivas para garantizar un bienestar compartido. En lugar de cuestionar constantemente las decisiones fiscales de nuestros adversarios, deberíamos centrarnos en garantizar que estas se adopten de manera justa, proporcionada y transparente, independientemente del color político del equipo de gobierno.
Desde mi posición como alcalde, considero fundamental avanzar hacia un pacto ético entre las formaciones políticas en el ámbito local. Este pacto debe comprometer a los partidos a no utilizar la fiscalidad como arma arrojadiza, sino a promover debates serios y constructivos sobre cómo financiar los servicios públicos. También es imprescindible adoptar una postura coherente que se aplique tanto en la oposición como en el gobierno, mostrando respeto por los vecinos y por las circunstancias específicas de cada municipio.
En definitiva, debemos dejar de lado los intereses partidistas y trabajar por un sistema fiscal local que sea justo, equitativo y transparente. La coherencia y el consenso no son una debilidad; son la base de una política responsable y comprometida con el bienestar ciudadano. Porque, al final, los verdaderos perjudicados por estas guerras políticas no son los partidos, sino los ciudadanos que ven mermada su confianza en quienes los representan. Es hora de construir una política fiscal sin banderas, pero con responsabilidad.