Hoy, 16 de noviembre, se cumple exactamente un año desde que Pedro Sánchez fue investido presidente del Gobierno. Desde entonces, hemos vivido 12 meses protagonizados por un progresismo cada vez más polarizador y conflictivo, marcado por constantes “cambios de opinión” que atentaban contra la dignidad y futuro de España.
La única promesa que sí cumplió Sánchez fue la que menos nos ilusionaba: la de su permanencia en el poder.
Nos prometió una España más democrática, pero nos ha entregado una nación fracturada, dividida y humillada. ¿Cómo pensaba construir esa España cuando su punto de partida fue la traición a sus propios ciudadanos a cambio de siete votos?
Como bien hemos aprendido de las películas, «esto solo fue el principio». A lo largo de estos 12 meses, hemos sido testigos de numerosos problemas y carencias desmantelados para poner a prueba la eficacia de su gobierno, pero lo único que han logrado es evidenciar su habilidad para eludir responsabilidades y atribuírselas al temido “fantasma fascista” que ataca a la estabilidad de nuestra perfecta y socialista democracia.
Suelen decir que la izquierda es inexperta en economía, pero Sánchez ha demostrado ser todo un experto en el trueque. No intercambió bienes, sino el bienestar de los ciudadanos, todo a cambio de unos meses más de poder. Nos hace caminar a ciegas, guiados por promesas vacías de preocupación por el bienestar general, irónicamente procedentes del mayor amante del egoísmo que ha conocido este país. Puede que Pedro Sánchez sea, efectivamente, «un hombre profundamente enamorado de su mujer«, como afirmó en su infantil y poco profesional carta en la red social «X». No obstante, creo que todos sabemos que tiene la carta del divorcio escondida en su cajón por si llega el día que los delitos de Begoña amenazan de manera real su posición.
Esta es la verdadera esencia de esta legislatura: movilizar todos los recursos posibles con tal de permanecer en el poder.
La amnistía parecía el último plato, pero todavía quedaba todo el banquete por servir. Qué inocencia la nuestra creer que lo peor que podría hacer era apelar a la inconstitucionalidad y permitir que aquellos que atentaron contra nuestro Estado diseñen su propio perdón sin siquiera mostrar arrepentimiento. Qué inocencia la nuestra por pensar que la clase política tendría algo de clase. Cataluña y su movimiento independentista han representado una de las principales fuentes de conflicto en lo que llevamos de legislatura, acaparando titulares en numerosas ocasiones, aunque en ninguna de ellas por motivos que beneficien realmente al conjunto de nuestra nación. Es curioso cómo aquellos que dicen odiar nuestro país siguen ocupando sillas en el Congreso y cobrando de nuestros impuestos. Un gran negocio. Sino, que le pregunten a los 99.000€ de sueldo de Rufián o a los 158.000€ en ahorros de Nogueras.
No todo ha sido malo, Pedro Sánchez también ha batido récords históricos. Gracias a él nos encontramos entre los países europeos con mayor alza de presión fiscal por la subida de 81 impuestos. Gracias a él, toda una generación de jóvenes quiere salir del país para encontrar un futuro digno y acorde con su preparación. Gracias a él, la gente ve el emprendimiento o la autonomía como un suicidio. Gracias a él, españoles de más de 30 años tienen que compartir vivienda con desconocidos para poder subsistir. Gracias a él, grandes referentes como Txapote o Mobutu podrían ver sus penas reducidas hasta 380 años. Gracias a él, Begoña Gómez es directora de cátedra y másteres sin la formación pertinente. Gracias a él, la libertad de prensa se va atacada a través de RTVE y su comisión de consejeros. Gracias a él, la respetada independencia judicial ha sido cuestionada como nunca antes. Gracias a él, y, en definitiva, España es el hazmerreír de las democracias desarrolladas y de los propios españoles. Pero oye, esto es mejor que el triunfo de la extrema derecha machista y antidemocrática -sino que se lo digan a Errejón, Puigdemont u Otegui-.
El triunfo de la democracia en el S. XXI es, indiscutiblemente, algo que nos aterra a todos. El futuro de nuestro país es incierto, y la certeza que tenemos no apunta hacia las mejores direcciones. No obstante, los españoles hemos demostrado a lo largo de la historia que al igual que nos dejamos pisar, nos alzamos en un 2 de mayo. El presidente está rompiendo algo que cuando toque fondo va a revertir, y será una ola que ni el codicioso sanchismo podrá frenar. Nuestros líderes de la Transición nos guiñan el ojo desde arriba, esperando con ansias el momento en el que volvamos a demostrar al mundo lo que es España.