EL PROBLEMA VALENCIANO

Sin compartir en absoluto las tesis soberanistas ni los métodos de los independentistas, empiezo a pensar que, tal vez, sólo tal vez, debemos comenzar a plantearnos que, como pueblo, los valencianos tenemos un problema.

Bueno, en realidad tenemos varios, muchos si me apuran, pero sin duda tenemos un problema. No nos toman en serio.

Nadie nos toma en serio. Ni los unos, ni los otros. Sólo somos granero de votos, destino turístico, el puñetero “levante feliz” (no sé de dónde se sacan eso de feliz), la huerta de España (abandonada a su suerte)… en definitiva, a razón de cómo se nos trata, no somos más que carne de cañón.

Se me pueden poner bravos para llamarme tremendista. Pues vale. Pero repasen conmigo algunos de los últimos acontecimientos y después deciden si tengo o no tengo razón.

De lo de la financiación de la Comunidad Valenciana ya ni hablo. Para qué, si seguimos infrafinanciados desde el Gobierno de España para seguir en una miseria financiera que ahoga las arcas de la Generalitat.

Es un mal endémico que no ha solucionado nadie, ni los unos ni los otros, y que como no me creo las promesas electorales hechas en estos tiempos revueltos, no veo en vías de solución por mucho que me quieran convencer de lo contrario.

En estos últimos días, financiación aparte, aunque en el fondo todo es una cuestión de dinero, nos hemos llevado dos leches de las que hacen historia.

Una no me hace ninguna gracia porque supone la reapertura de la cansina “guerra del agua”, y me aburre, pero de la que haciendo honor a la verdad siempre salimos derrotados. El Gobierno ha vuelto a cerrar el grifo del Trasvase Tajo-Segura para desesperación de los regantes de la Vega Baja.

No es un tema menor, ya que pone en peligro la sostenibilidad de la economía de nuestra Comunidad, y de miles de familias. Seguramente se pueden esgrimir muchas justificaciones, pero no puedo evitar pensar en que no deja de ser una compensación política para callar la boca de otra Comunidad que se ha puesto crítica con el Gobierno Central y sus cosas con los independentistas.

No me caso ni con mi madre en la defensa de los intereses de esta tierra y menos aún de sus derechos. Me gustaría ver la misma energía reivindicativa en los que tienen la responsabilidad de plantear estas cuestiones desde las instancias políticas, ya sean gobierno u oposición. Ya tardan.

También hemos sabido esta semana que el Ministerio de Fomento ha licitado en dos años el cinco por cien de las inversiones previstas para los trenes de cercanías de nuestra Comunidad. Sólo el cinco por cien.

O sea, casi nada. Nada. Nueve contratos desde 2017 mientras no paran de producirse los retrasos, las alteraciones del servicio, las cancelaciones de trenes y las evidentes y lamentables consecuencias para los usuarios.

Vamos, que de los 1.436 millones de euros licitados, sólo nos han llegado 72,3 millones de euros. Una minucia comparada con las inversiones en otros territorios. No quiero pasarme de sensible, pero las cifras cantan.

Eso sí, podemos escuchar todas las lamentaciones y muestras de solidaridad posibles desde la Administración Autonómica pero, soluciones, ninguna.

Suma y sigue, porque hay una que no es económica pero que tampoco me deja con buen sabor de boca.

Me deja la lengua áspera, o escocida para ser más exactos. Esta nos llega desde Europa que, mientras se come algunos sapos independentistas del tamaño de un dinosaurio, nos deja a los pies de los caballos cuando el Comité de Expertos del Consejo de Europa clasifica la Llengua Valenciana dentro de la órbita del catalán.

Es más, hasta le cambia el nombre y se olvida de su denominación oficial al amparo del Estatut d’Autonomía, para denominarla “valencià/català”, así con un par, en seco y sin anestesia. Y lo malo es que se escudan en documentación recibida desde la Generalitat y l’Academia Valenciana de la Llengua.

¿Entienden por qué me escuece la lengua? En realidad, me duele. Se me inflama ante la infección que me provoca el virus del desprecio cultural, histórico, territorial y de agravio comparativo.

No soy un conspiranoico, ni de lejos, pero me vuelve a sonar a un tapabocas político para ese vecino del norte tan aficionado a su vocación imperialista, una actitud que ejerce con el más absoluto desprecio a los principios democráticos y de igualdad de los territorios, desde el más puro totalitarismo y supremacismo independentista que, miedo me da, empieza a calar en Europa.

Y ahora les llevo al comienzo de mi argumento. Repito: sin compartir en absoluto las tesis soberanistas ni los métodos de los independentistas, empiezo a pensar que, tal vez, sólo tal vez, debemos empezar a plantearnos que, como pueblo, los valencianos tenemos un problema.

Asumido eso, tal vez debamos empezar a convertirnos en un problema y no sólo a tenerlo, a la vista de lo bien que le está saliendo la cosa a los soberanistas que se están llevando por delante nuestro Orden Constitucional para convencernos de que sus inventadas e imaginarias reivindicaciones pseudohistóricas son un “problema político”.

Manda narices. Y lo malo es que hay quien traga con lo del “problema político” a cambio de unos apoyos que serán, si llegan que lo dudo, una píldora envenenada. Mientras, por aquí, ni un duro.

Claro, que nosotros no vamos a jugar a eso, ¿verdad? Vamos a seguir tragando por pura lealtad nacional, apretando los dientes mientras seguiremos ofreciendo “nuevas glorias a España”, aunque nos estén dejando sin dinero para pagarlas.

Es una cuestión de estilo, pero o empezamos a jugar todos o rompemos la baraja.

Ferran Garrido. Comunicador, escritor, poeta.