Como alcalde de Gátova, uno de los pequeños pueblos que da origen al barranco del Carraixet, siento una profunda responsabilidad de alzar la voz sobre el riesgo que enfrentan muchos municipios como el nuestro. Este barranco, que nace en Gátova y finaliza su recorrido en Alboraya, atraviesa una lista extensa de pueblos como Olocau, Marines, Bétera, Moncada, Vinalesa, Almàssera, Tavernes y Bonrepòs. Es, sin duda, una arteria natural que conecta y condiciona nuestras vidas.
El paso reciente de una DANA nos ha dejado una lección que no podemos ignorar: la fragilidad de nuestras cuencas y barrancos ante lluvias torrenciales y la falta de gestión adecuada.
Afortunadamente, Gátova no sufrió precipitaciones catastróficas como en otras zonas, pero no podemos vivir confiando en la suerte. Si la lluvia hubiera sido más intensa aquí, el Carraixet habría desbordado su cauce, arrasando pueblos en su trayecto.
No voy a centrar este artículo en buscar culpables, porque el problema es más profundo.
Sin embargo, no puedo ignorar la falta de acción por parte de la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ), a pesar de que en Gátova disponemos de un plan rector del barranco. Este documento, diseñado para prevenir inundaciones y gestionar el mantenimiento del Carraixet, sigue siendo un papel más en el cajón debido a la falta de fondos y voluntad política para ejecutarlo.
El problema no radica únicamente en la CHJ. La prevención de desastres como inundaciones debe ser una prioridad para todas las administraciones públicas.
No basta con que la Confederación desbroce los barrancos o que dé autorización a los ayuntamientos para hacerlo. Se necesitan recursos, financiación y una toma de decisiones seria. Las promesas vacías no previenen tragedias, y la inacción solo nos acerca a desastres evitables.
En las últimas semanas, he estado en contacto con numerosos alcaldes, tanto de mi partido como de otros, que comparten la misma preocupación: la amenaza del Carraixet desbordado si las lluvias en Gátova hubieran sido más intensas. Todos coincidimos en que hace falta un cambio en la manera de gestionar estas cuestiones. La descentralización de las decisiones y una inversión real en prevención no son caprichos, son necesidades urgentes.
No estoy aquí para politizar una tragedia ni para señalar a buenos y malos.
Estoy aquí para pedir, desde la humildad, que quienes tienen el poder escuchen a los pequeños pueblos como Gátova. Que recorran nuestros barrancos, que vean su estado, que entiendan que la falta de mantenimiento no es solo un problema medioambiental, sino una amenaza directa para las vidas humanas.
Lo material puede recuperarse, pero las vidas perdidas no vuelven. El reciente episodio de lluvias torrenciales, que ha costado tantas vidas en nuestro país, debe ser una llamada de atención. Si no se invierte en prevención, estas tragedias se repetirán.
Mi petición es sencilla pero urgente: que se actúe, que se invierta, que se cuente con los municipios pequeños en la planificación. Solo así podremos evitar que una catástrofe natural se convierta en un desastre humano. Porque la falta de acción cuesta vidas, y no hay excusa que pueda justificar eso.