España ya no se gobierna: se disculpa. Cada decreto nace con su coartada y cada fracaso trae su meme. Este es el único país del mundo donde el Gobierno podría quemar el BOE y salir en rueda de prensa para culpar al viento… o a Franco, si sopla de levante.
Enterradores sin tierra ni pala.
Debe de ser el primer Gobierno que podría destrozar un país entero teñido de bulo, sonrisa de influencer y hashtag de resiliencia.
Han hecho de España ese Titanic que se hunde al ritmo de un PowerPoint lleno de flechas color arcoíris y palabras mágicas: «avance», «progreso», «convivencia» y «bulos» muchos «bulos».
El agua entra por las escotillas, pero el capitán — de helada sonrisa por el prieto corsé ideológico— repite: «Tranquilos, la culpa es del iceberg machista».
Han convertido la irresponsabilidad en religión y a la agenda 2030 en el nuevo evangelio (que diría el otro, el de Denia…).
Aquí nadie dimite, nadie yerra y nadie duda.
Si algo sale mal, hay un enemigo perfecto: la derecha, el clima, los jueces, Putin, Vox, la luna llena, Viriato o el heteropatriarcado atmosférico.
La culpa siempre viaja en Uber.
Cada día un nuevo despropósito y cada noche una vieja excusa:
– Se disparan los precios: culpa de la inflación heteronormativa.
– Europa se escandaliza: campaña de desinformación.
– No hay presupuestos: culpa del fascismo.
– Hay un lapsus: culpa de los demás.
– Y si cae un meteorito, ya lo sabes: la ultraderecha lo empujó.
Como dicen en Italia, “la madre de los idiotas está siempre embarazada”.
El Gobierno como terapia de grupo
La coalición es el matrimonio entre un notario de Boadilla con las uñas rizadas y una comunera de Mordor con un feroz prognatismo.
Él promete estabilidad; ella promete abolir la estabilidad por decreto.
Y ambos sonríen al firmar porque «la pluralidad es riqueza», dicen…
Riqueza no sé, pero divorcio mental asegurado.
Cada Consejo de Ministros parece una sesión de coaching grupal, sólo falto de electroshock:
— «Siente tu verdad interior», dice uno mirando al techo.
— «Yo me siento Estado plurinacional», responde otra con los ojos en blanco.
— «¿Y tú, ¿qué te sientes hoy?»
— «Inocente, limpio, iluminado…».
Mientras tanto, el país se les deshace entre las manos como una croqueta sin bechamel.
Pero tranquilos, que todo va bien: España «avanza», aunque sea en dirección contraria.
El síndrome del espejo culpable
Este Gobierno no comete errores: padece reflejos hostiles.
La realidad siempre tiene la culpa.
Si el Fiscal acaba procesado, la justicia está politizada.
Si el hermano del número Uno acaba investigado, la oposición es cruel.
Si la pareja del amado líder acaba en un juzgado, es lawfare.
Y si el puto amo se equivoca de micrófono, seguro que fue hackeado por la CIA.
Son niños grandes jugando al poder con el deforme ego de dioses muy pequeños.
No piden perdón: piden comprensión y tiempo.
Y España, resignada, se ha convertido en una guardería con banderas.
La culpa es del gato (o del franquismo residual)
Es como un salón donde el jarrón se rompe cada semana.
El Gobierno entra, mira los trozos y dice:
— «No hemos sido nosotros, ha sido el gato».
Y cuando alguien señala que no hay gato, responden:
— «Entonces ha sido Franco».
Y todos los pesebristas aplauden como focas.
Han logrado que el país viva anestesiado entre excusas, eufemismos y ruedas de prensa sin preguntas.
Cada error se convierte en una historia de superación y cada mentira en un relato de esperanza.
Se equivocan, pero con propósito.
Y eso, dicen, los hace «más humanos».
Epílogo.
Hay gobiernos incompetentes, otros corruptos, y luego está este: el inocente.
El que nunca supo, nunca vio y nunca fue.
El que, si un día todo se derrumba, culpará al suelo por ser facha.
Anexo confidencial del fascismo del bulo.
Documento hallado en una carpeta sin sello oficial, bajo el epígrafe: “Uso interno del sanchismo emocional”.
Clasificación: confidencial fascista. Reproducido aquí con fines terapéuticos y preventivos del sentido común.
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Manual de resiliencia y demás bobadas; para todo lo demás, bulos card:
















