– Hay quien todavía niega el cambio climático.
Algunos lo hacen por intereses, otros por ignorancia, y los más peligrosos, por comodidad ideológica. Pero aquí, en Gátova, en pleno corazón de la Sierra Calderona, ya no podemos permitirnos el lujo de negarlo. Porque el cambio climático no es futuro: es presente y es devastador.
Nuestro entorno rural es el primer termómetro. Y ya ha marcado en rojo. La agricultura, base de nuestra economía y de nuestra identidad, está sufriendo una transformación forzada. Donde antes recogíamos la almendra en septiembre, ahora la cosechamos en julio o agosto, con el riesgo que ello supone. La aceituna, que era tarea de diciembre o enero, se recoge en octubre, aún con calor y sin el frío que favorece la maduración del fruto. Y el cerezo, símbolo de muchos campos de interior, se muere lentamente por las altas temperaturas nocturnas entre mayo y septiembre. Sin frío, no hay floración. Sin floración, no hay fruto. Sin fruto, no hay futuro.
Y no es solo la temperatura. La nieve ha desaparecido. Gátova vivía, al menos, una nevada leve cada invierno hasta bien entrado febrero. Llevamos tres años sin ver caer un solo copo. Y de una sequía histórica que nos ha durado casi cuatro años, hemos pasado a lluvias torrenciales y granizadas que dejan medio metro de hielo en cuestión de minutos, arrasando cultivos, caminos y esperanzas.
Este nuevo clima es inestable, extremo, imprevisible. Ya no hay estaciones: hay sobresaltos. Y sin embargo, todavía hay voces que cuestionan la evidencia. Como si vivir en un despacho o en una ciudad desconectara de la verdad que pisa quien trabaja la tierra.
Negar el cambio climático hoy es negar nuestra responsabilidad colectiva. Porque este no es un problema de los ecologistas, ni de los países lejanos, ni del futuro. Es un problema de aquí y de ahora. Y nos interpela como sociedad, como dirigentes y como vecinos.
Desde Gátova, pedimos que se escuche la voz del mundo rural. Que no se banalice lo que ya estamos viviendo. Que se actúe. Porque quien mira al cielo con preocupación no es un alarmista, es un agricultor. Porque quien habla de lluvias torrenciales no es un científico lejano, es un vecino que ha perdido su cosecha. Y porque quien se esfuerza en adaptar su pueblo a este nuevo contexto no es un ideólogo: es un alcalde que no quiere rendirse.
El cambio climático no se puede votar, ni aplazar, ni silenciar. Ya ha llegado. Y si no reaccionamos, no solo perderemos cultivos. Perderemos comunidad, identidad y paisaje.