En tiempos donde parece que todo lo antiguo debe ser cuestionado, las procesiones de la Semana Santa Marinera de Valencia se mantienen firmes como un emblema de identidad, fe y cultura popular. No son simplemente desfiles religiosos: son la expresión viva de un barrio que respira a través del mar, de su gente y de sus costumbres.
Cada año, miles de vecinos participan con devoción en estos actos únicos, donde el sonido de las cornetas se mezcla con el olor a salitre, y las imágenes religiosas recorren las calles en silencio o al compás de las olas. Las procesiones en El Cabanyal, El Canyamelar y El Grao no son una representación para turistas; son un reencuentro colectivo con las raíces de un pueblo marinero.
Sin embargo, no faltan voces que critican estas celebraciones, viéndolas como algo «anticuado» o «poco inclusivo». Es curioso que quienes reclaman respeto para todas las culturas a menudo son los mismos que desprecian las tradiciones propias. Defender la Semana Santa Marinera no es imponer creencias, es proteger una parte esencial del patrimonio inmaterial valenciano.
El problema no es que las tradiciones evolucionen, sino que se pretendan arrancar de raíz. Cada cofradía, cada trono, cada penitente guarda siglos de historia compartida. Y si dejamos que se pierdan, estaremos renunciando a algo que nos hace únicos en un mundo cada vez más uniforme.
La Semana Santa Marinera no necesita justificaciones. Su fuerza radica en su autenticidad, en el amor de los marineros que la mantienen viva, generación tras generación. Y mientras haya un vecino dispuesto a portar una imagen bajo el cielo de Valencia, esta tradición seguirá navegando firme frente a cualquier temporal.