La arquitectura tradicional valenciana es mucho más que una cuestión estética: es una manifestación profunda de nuestra historia, de nuestra forma de vida y de nuestra relación con el entorno natural. Sin embargo, en una época donde la modernidad y la prisa imponen su ley, este patrimonio se está viendo relegado, olvidado e incluso destruido.
Uno de los mayores símbolos de esta tradición es la barraca valenciana
Esta construcción humilde y funcional, levantada principalmente en las huertas y marjales, es el ejemplo perfecto de cómo nuestros antepasados supieron adaptarse al clima, a los materiales del lugar y a sus necesidades. Con sus techos de caña y barro, sus paredes encaladas y su forma alargada y funcional, la barraca no solo era una vivienda: era un reflejo de una forma de entender el mundo, basada en la sencillez, el respeto a la tierra y el aprovechamiento de los recursos.
Hoy, las barracas son poco menos que piezas de museo, cuando no víctimas del abandono o la demolición. ¿Qué dice de una sociedad el hecho de que abandone sus raíces en nombre del “progreso”? ¿Qué futuro puede tener un pueblo que desprecia su pasado?
No son solo las barracas. Los edificios modernistas, las casas de pueblo con sus balcones de forja y sus alicatados coloridos, las alquerías de la huerta… Todo ese patrimonio que otorga carácter a nuestros barrios y pueblos se encuentra en serio peligro. El afán urbanístico, la especulación y muchas veces la desidia política están acabando con lo que nos hace únicos.
La arquitectura tradicional valenciana no es un lastre, es un valor añadido. Un turista puede ver rascacielos en cualquier parte del mundo, pero solo en Valencia puede pasear por calles donde la luz del Mediterráneo baila sobre fachadas de colores y mosaicos centenarios. Solo aquí puede emocionarse al ver una barraca recortándose en el horizonte de la huerta.
Preservar nuestro patrimonio no significa rechazar la modernidad
Significa abrazarla con sentido, respetando aquello que nos define. Significa no permitir que barrios enteros pierdan su alma para convertirse en meros decorados impersonales.
¿Queremos ciudades que parezcan replicadas de cualquier otra parte del mundo o queremos lugares con alma, con historia, con verdad? Esta es la pregunta que deberíamos hacernos antes de permitir que sigan cayendo bajo la piqueta nuestras barracas, nuestras alquerías, nuestras casas de pueblo.
La identidad de un pueblo no se construye en laboratorios ni en despachos de urbanismo. La identidad se vive, se siente y se respeta. Y nuestra arquitectura tradicional valenciana, empezando por la humilde barraca y siguiendo por todo nuestro patrimonio popular, es una parte esencial de esa identidad.
Todavía estamos a tiempo de cambiar el rumbo. Todavía podemos exigir a las administraciones que protejan de verdad lo nuestro. Todavía podemos apostar por rehabilitar antes que demoler, por respetar antes que imponer.
Porque cuando una barraca desaparece, cuando una casa de pueblo cae, no solo perdemos paredes. Perdemos memoria, perdemos raíces, perdemos el alma de nuestro pueblo.