Llevan años diciéndonoslo a la cara, sabiendo muy bien que nadie les iba a rebatir para no parecer “rasista”.
En 2005, en una discusión sobre el tema, recuerdo haberle advertido a una amiga que su postura buenista podría acabar dentro de veinte años con su hija cubierta de trapos de pies a cabeza. Le hizo mucha gracia, me dijo “eso es imposible”. No lo es. Es muy posible, ya que es un plan a largo plazo que lleva ejecutándose décadas. Un plan acelerado y fomentado por las políticas migratorias suicidas implementadas en toda Europa.
Un plan financiado por esos países con mucho petróleo.
O países como Marruecos, que se llevan un buen pellizco de nuestros impuestos, a través de los continuos donativos y ayudas que Sánchez les va soltando. Inmigrantes que a los cinco años tiene tres hijos de media, y de los cuales solo tributa un 22%. El otro 78% no ha trabajado ni tiene previsto hacerlo.
El plan está claro. Entran, los mantenemos nosotros a ellos y a sus hijos.
Forman un partido político que también pagamos nosotros y además de esa financiación, cuentan con la de otros países de cultura islámica. En unos treinta años la tragedia está servida. Se aprovecharán de nuestro sistema para acabar con la democracia.
Cuando puedan legislar o influyan para ello ¿Qué creen ustedes que harán?
Pues imponer su cultura, su modo de vida, que no diferencia la política de la religión. Una religión dogmática que no tolera otras religiones. Y como ya sucedió en la Alemania de los años treinta del siglo pasado, las nuevas leyes acabarán por arrebatarnos cualquier derecho y pasaremos a ser parias en nuestro propio país.
Si alguien cree que exagero, que se pare a pensar que ocurre en España cuando te okupan la vivienda y qué ocurre con las ayudas y las “paguitas”. Que recuerde las últimas y aberrantes leyes aprobadas por la purria que tenemos en el poder legislativo. Hemos tragado con todo. Nada indica que no sigamos tragando. En muchos colegios públicos se está exigiendo un tipo de comida especial, incluso exigen rotulación en su idioma y clases de religión (de la suya claro). Consentir cualquiera de estas cosas es proporcionarles el arma con la que acabarán con nosotros. Es como si llega una visita a tu casa y además de gorronear te impone qué comer, como vestir, y te acaba imponiendo que le reces a su dios con el culo en pompa.
¿Cómo revertir esta situación? No es tan complicado. “Ante el vicio de pedir, la virtud de no dar”.
Legislar precisamente para acabar con ese vicio de pedir. Acabar con la mafia de las “paguitas”. Hay que asegurar que en los colegios la religión esté fuera de las aulas y prohibir los trapos en la cabeza de las niñas. Y no ceder ni un milímetro en cuanto a los menús escolares, si alguien quiere algo especial, que se vaya a su casa a comer. Y por descontado, modificar si es preciso la ley electoral y protegernos frente a esta amenaza.
Algunos creen que la deportación es la solución, pero eso es imposible. No podemos deportar a los que ya han nacido aquí, pero lo que si podemos hacer es que dejen de estar tan cómodos. Nadie se adapta si no es por necesidad. Si continuamos por este camino vamos a terminar siendo un país islámico.
Se multiplican por tres y no se enfrentan a ninguna dificultad que no sea “arreglarse los papeles” para cobrar.
Imagínese usted que se mete en un avión o en un barco o en una patera, y desembarca en “Guaypalandia”. Lo primero que hace es pedir una paga porque no hay forma de comprobar si le corresponde o no, así que el funcionario se lo arregla sin más. Para pedir la nacionalidad solo debe aprender a decir “denei”. Si tiene esposa y se la trae y son padres, cada churumbel viene premiado con una mensualidad. Si además no quiere pagar un alquiler y usted, su señora y sus vulnerables churumbeles se meten en el Piso de Ramón (pagado durante 30 años como refuerzo en su vejez) el estado de “Guaypalandia” le protege a usted y Ramón además de quedarse sin piso le tiene que pagar los suministros… ¿Quién no querría llegar a “Guaypalandia”?
Nos estamos suicidando como nación (no país, hay que diferenciar).
Estamos pagando las cadenas con las que nos quieren cargar. Estamos obviando el negro futuro de nuestros hijos y nietos. Ellos serán los que tengan que emigrar en unos treinta años.
Y no es que esté en contra de la inmigración, si un señor viene de Cuba, no me va a exigir una dieta especial para sus hijos, ni me va a imponer su religión. Ese señor, además habla mi idioma. Estoy en contra de aquellos inmigrantes que lejos de querer integrarse y vivir en el país que los acoge, lo que quieren es cambiarlo.
Y no es “rasismo” es sentido común.
¿Acaso en Marruecos podría yo exigir que mis hijos tuvieran una capilla en el colegio? ¿Me darían una paguita por ser “vulnerable” y no querer trabajar? ¿Me podría meter en casa de Mohamed sin pagar un dirham? ¡De ninguna manera! Y es así, porque nadie en su sano juicio lo haría.