Jorge García-Gasco: » Larga vida al Rock»

Este fin de semana hemos ido a ver (a despedir, más bien) a AC/DC, en Sevilla. Es uno de esos planes que en realidad no se planean; pensat i fet, como dicen en Valencia, porque compramos las entradas en la víspera y sin un plan establecido. Nos subimos al coche y ala, tira kilómetros hasta el estadio de la Cartuja. Y digo “despedir” porque todo apunta a eso, a que ésta puede ser su última gira mundial, a que se van, a que después de esta turné se retiran… Así, que era ahora o NUNCA.

Y aunque es cierto eso de que los viejos rockeros nunca mueren, también es cierto que Brian Johnson (vocalista) tiene 76 palos y Angus Young (guitarra) ronda los 70. Y bueno, aunque morir, morir, no morirán nunca porque serán inmortales en la conciencia colectiva, eso de subir a berrear y correr durante dos horas por un escenario… lo veo cada vez más difícil…

Así, que con esa sensación agridulce, tristelegre, de que íbamos a presenciar probablemente uno de los últimos grandes eventos musicales de esta banda, llenamos el depósito, nos pillamos unas camisetas macarras sin mangas y nos merendamos los 600 y pico kilómetros hasta Sevilla.

Y JODER qué sensación… resultó increíble ver y escuchar a esa par de viejos cabrones hacer lo que mejor saben hacer, música rock; ROCK de verdad, con mayúsculas.

Mientras esperábamos el comienzo del concierto estuve hablando con mi mujer de lo curioso que era ver cómo el paso de los años no les ha pasado la misma factura que a otras bandas de rock. Y pienso que se debe a que ellos, los AC/DC, nunca han sido sex symbols; de hecho, ni siquiera han sido guapos, más bien al contrario (aunque bueno, ya se sabe que para gustos, colores). No han sido Jon Bon Jovi, ni Axl Rose, a quienes perder la belleza de la juventud sí les ha pasado factura porque era buena parte de su éxito (bueno, mi señora disentía en esto porque decía que Jon Bon Jovi sigue siendo guapo).

Pero bueno, la cosa es que a estos no les ha pasado factura; de hecho, les ocurre como a los Rolling, o a Bruce, que verlos envejecer es incluso un aliciente, una medalla más que ponerse en el pecho, como un vino gran reserva. Y generan mucha simpatía y admiración por ello.

En esta reflexión compartida estaba con mi mujer mientras los observaba salir al escenario como dos jubiletas, casi renqueando. Pero, JODER, fue asombroso ver cómo esos dos australianos locos, de repente, pasaron de ser unos venerables septuagenarios para  amorrarse al micrófono y a la guitarra y a abrir las mismísimas puertas del INFIERNO. Fue como una explosión atómica de luz y sonido. Pura energía.

Es impresionante ver y escuchar a Brian, con sus 76 años, con su camiseta negra, su panza (que a ratos le asomaba por debajo), su gorreja puesta, sus gestos retorciéndose al cantar y sus andares (que me recordaban a mi abuelo Pedrín cuando se arrancaba a bailotear en las comuniones) mientras berreaba Hell Bells, Haighway to Hell o Thunderstruck. O ver a Angus, el guitarrista, a sus casi 70 años, con ese cuerpecillo esmirriado correteando y saltando por el escenario vestido de colegial, sus 8 pelos blancos al viento, sus piernecillas de calambre y cargando con una guitarra que abultaba más que él…

Dicen que cuando empezaban a tocar, Angus se iba corriendo desde la escuela al ensayo y ni siquiera le daba tiempo a quitarse el uniforme del colegio (a finales de los 60 y principios de los 70 era un crío) y al final, se quedó como su seña de identidad. También se dice que, siendo un niño, bebió agua contaminada y por eso se quedó tan canijo… También recuerdo oír decir a mi profesor de religión que era una banda satánica y que AC/DC significaba en ingles Anti Christ / Death ChristAnti Cristo / Muerte a Cristo, a lo que yo respondí descojonándome en mitad de la clase y me castigaron por ello.

En realidad, las siglas significan Corriente Alterna / Corriente Continua, pero quién sabe…, en cualquier caso, son historias que agrandan aún más su leyenda.

De verdad, creo que hay pocas cosas que sean tan potentes y enérgicas como un concierto de rock, en especial, uno de AC/DC.  En la cabeza aún me retumban los decibelios, muchos decibelios… y las luces, muchas luces, y los gritos, muchos gritos… y los saltos, muchos saltos… Hasta dispararon 9 cañones de artillería que tenían en el escenario… Así es un directo de AC/DC, una potentísima, emocionante y contagiosa histeria colectiva, con 60.000 almas berreando, saltando y disfrutando al unísono, en una casi mística comunión con ellos, como satánicos maestros de esa gigantesca ceremonia; unos de los últimos profetas del ROCK.

Por eso, había que ir a verlos, a escucharlos, a sentirlos. Había que ir a despedirse de ellos (como dijo El Pirata) Y lo hicimos. Y, además, nos volvimos con la convicción de que al hacer partícipe a nuestro hijo de un acontecimiento tan potente, tan enérgico, le habíamos inoculado definitivamente un virus que afortunadamente no tiene cura; el virus del ROCK. Gracias, Brian. Gracias, Angus.

Larga vida a AC/DC! Larga vida al ROCK!