Luisa C. Perosán: «La aceptación de lo feo no nos hace mejores, ni más tolerantes, solo nos hunde cada vez más en la miseria.»

La moda es el medio más efectivo y seguro de establecer una idea. Prácticamente, la moda es infalible en este aspecto.

Cuando hablo de moda, lo hago de un modo muy general, la moda es algo más que ropa, más que un peinado, más que la decoración. La moda engloba casi todos los ámbitos de nuestra existencia, no solo lo estético. La moda incluso influye en el lenguaje que utilizamos a diario. Ahora, por ejemplo, desde hace algunos años, nuestro español está cada vez más contaminado por palabras e incluso expresiones en inglés, que adoptamos alegremente y sin reparos, en detrimento de nuestro propio idioma.

Esta moda de referirse a ciertas actividades como “community manager” o “marketing”, como si no tuviéramos palabras o expresiones muy precisas en español, es una moda, está asumido y se viene haciendo desde hace ya varias décadas. Con esto lo que quiero demostrar sin entrar en el campo de la estética, es que la moda sirve incluso para ir destruyendo un idioma.

En cuanto a la estética, el “melón” es si cabe, más interesante.

Hay un antes y un después de los años 60 del pasado siglo. A mediados de esta década, la idea de comodidad se asocia y convierte en inseparable de la idea de libertad. Esto que no parece nada importante, es lo que ha desembocado en lo que ahora mismo nos rodea. De la misma forma que el arte abstracto a desplazado al arte figurativo, haciendo que lo incomprensible y a veces horroroso, nos parezca algo valioso porque el “artista” nos lo ha explicado.

La moda, el arte, la publicidad, el cine, la televisión, todo lleva una misma dirección, y es que aceptemos lo feo, lo horrible, y nos acostumbremos a vivir en el infierno que se nos prepara.

A diario compruebo consternada cómo la degradación es cada vez más grande. La gente prácticamente va en pijama, o semi desnuda, plagada de tatuajes que no siempre son bonitos, (afortunadamente el piercing a perdido fuelle, seguramente por su capacidad infecciosa) e incluso, con una evidente falta de higiene personal. Y no va por edades, de cincuenta, de veinte o de cuarenta años, está establecido que ir de esa guisa, es ser libre.

“Me pongo lo que me da la gana”.

Se asocia a la libertad el desnudo, el desastre, la desidia y la ordinariez, y es así cómo una persona ya no tiene que preocuparse de su amor propio cuando sale a la calle hecho un asco. No tiene que preocuparse tampoco de que alguien lo mire mal o le haga un mal gesto, porque “está mal visto” meterte con el aspecto de otra persona.

A esto hay que añadirle el eterno deseo de muchos de integrarse y pertenecer a un rebaño, pero intentando ser diferentes. Y esto, curiosamente se consigue ofreciéndole a la gente una determinada estética (por ejemplo, de “roquero”) que ya está establecida y replicada en un gran sector de población. Y se convencen de que así, se adquiere estilo propio y “personalidad” , y esto es lo más paradójico. Se adoptan uniformes con la idea de que estos te hacen único. Existen también varios “ingredientes” que puedes añadir a tu guiso personal y crear eso que muchos creen que es su propio estilo.

Tatuajes, gafas enormes, pantalones braga, ropa deportiva, uñas con decoraciones, culos postizos y un sinfín de adornos que se repiten una y otra vez.

A todo esto, podemos añadir que, desde los noventa, la Moda, a nivel estético, no nos ha ofrecido gran cosa, más allá de regurgitar y rumiar estéticas de décadas pasadas, y originando un estancamiento cada vez más evidente. La moda, la estética actual, nos prepara para no esperar nada, para que se nos concedan supuestas libertades mientras nos despojan de la verdadera libertad. Mientras nos despojan de nuestra humanidad, zambulléndonos en la cochambre y diciéndonos que esta, nos hace libres. Cegándonos con migajas, con consignas, con una y mil porquerías baratas para entretenernos. Para matar nuestra ambición, para anularnos. Y para eso, la moda es lo más eficaz.

Se ha intentado incluso, que en Europa se vaya aceptando el islam difundiendo imágenes y todo tipo de ideas aberrantes, con fondos rosa, buena iluminación y modelos guapas.

Portadas en Cosmopolitan (revista escrita para hombres, y leída por mujeres) mostraban modelos con el trapo en la cabeza, como algo escogido “libremente”, y con la frase más retorcida y mal intencionada que se pueda encontrar, “llevar el hiyab me empodera”. Con esto queda patente que no he descubierto el mediterráneo, que se sabe de sobra, que la moda es infalible como mensajera, que se conoce su poder adoctrinador y que se utiliza.

Otra estrategia cada vez más evidente es la de la “no distinción” es decir, la supuesta “igualdad”.

Para ello, en un primer momento la ropa barata de cadenas de tiendas, con sus copias descaradas de grandes firmas, igualó estéticamente al pobre del rico, cosa que nunca había sido posible. Sin embargo, ahora la táctica es a la inversa, marcas como Balenciaga ofrecen productos vulgares, cotidianos e incluso esperpénticos, cuya única diferencia es el desorbitado precio de venta.

Durante una conferencia de una fundación que intenta una vuelta a los valores tradicionales, se quejaban de lo difícil que resultaba difundir su mensaje, les aconsejé que cambiaran de estrategia, y que, en vez de organizar conferencias, intentaran poner de moda su mensaje. Huelga decir que, con sonrisa condescendiente, me agradecieron el consejo que jamás pondrían en práctica. Lamentablemente, el éxito de la moda reside en que nadie se la toma en serio, la misma palabra nos evoca frivolidad. Y así, impune, desde su supuesta “inocencia” la moda trabaja y consigue una efectividad total.

La aceptación de lo feo no nos hace mejores, ni más tolerantes, solo nos hunde cada vez más en la miseria.